La polémica por la «reescritura» de la obra de Roald Dahl, que en español por ahora no sufrirá modificaciones, ha puesto de manifiesto una realidad que, aunque podríamos conocer, pocos habíamos reparado en ella: Tus libros digitales no son tuyos. Estamos muy acostumbrados a utilizar y leer expresiones como «las ventas de libros en formato digital crecen» o «he comprado un libro en digital» pero son frases erróneas. Los libros digitales no se compran ni se venden, se licencian. Y es por ello por lo que no podemos prestarlos ni regalarlos una vez leídos, ni siquiera dejárselos en herencia. Nuestra biblioteca digital no solo es intangible sino que también es efímera y desaparecerá con nosotros.
Y dirán ustedes: «Muy bien pero, ¿qué tiene esto que ver con Roald Dahl y lo políticamente correcto? La respuesta es sencilla, nuestro libro puede mutar, puede cambiar, puede reescribirse en tiempo real según los criterios editoriales del momento, porque no son nuestros, porque no disponemos de una copia. Y ya lo están haciendo. La liebre ha saltado cuando lectores en lengua inglesa que habían adquirido para su Kindle las ediciones digitales de libros de Roald Dahl como Matilda, Fantástico Sr. Fox, o Charlie y la fábrica de chocolate han descubierto que sus libros habían cambiado sin previo aviso. Sí, Augustus ha dejado de ser «gordo» y la señora Twist ya no es «fea», de la noche a la mañana sin necesidad de una nueva edición revisada, sin dejar rastro de que algún día así fueron, simplemente por la decisión de, en este caso, Puffin Books. Sin embargo, aquel que en la misma época compró su edición en papel mantendrá la edición original.
Esto, que a priori puede parecer una anécdota, abre un interesante debate en una doble vía. En primer lugar nuestra lectura digital está en manos de los licenciatarios de las obras, es decir, la editorial tiene la capacidad de corregir o modificar una obra de nuestra biblioteca digital sin contar con nuestro permiso. Esto, que podría parecer una nimiedad, resta libertad al lector. Un lector que ha adquirido una obra en un momento determinado puede que, cuando decida releerla o leerla con sus hijos se encuentre con que no es el mismo libro que él leyó. Esto es una desventaja frente a los lectores en papel. Yo, ahora mismo puedo decidir leer con mis hijas Charlie y la fábrica de chocolate en la versión sin retoques, comentándola con ellas o, por el contrario, adquirir una versión revisada por entender que el lenguaje es más apropiado. Dos ediciones distintas, dos libros distintos, una misma historia. Y, en mi mano, como padre, como lector, la decisión y la obligación de formar a mis pequeñas a través de la lectura.
En segundo lugar, e igual de preocupante, si la sociedad acaba primando lo digital sobre el papel, es muy probable que acabemos borrando la historia, dejándola oculta solo al alcance de bibliófilos, archiveros… Corregir los textos, personalmente, no me parece un problema siempre y cuando no «quememos» el texto anterior. De hacerlo acabaremos dulcificando la figura del autor; impidiendo acercarnos a su pensamiento original que, aunque no compartamos, no está de más conocer. Y, sobre todo, creo que eliminando todo aquello que hoy no entendemos como correcto minimiza de un plumazo el trabajo y la lucha de movimientos sociales que han luchado contra la discriminación, el racismo, el machismo… ¿Cómo van a entender las nuevas generaciones estas luchas, estos movimientos sociales si el lenguaje antes siempre fue correctísimo?
No obstante, esto no deja de ser una opinión personalísima frente a esta situación. Pero, lo que ustedes deben recordad es que: sus libros digitales no son suyos.