Las editoriales de libros de viajes salvan los muebles en el año de la pandemia
Sucedió un pequeño milagro. A falta todavía de cifras oficiales, 2020 se cerrará en el sector del libro con una caída de entre el 2% y el 5% con respecto al año anterior. La misma horquilla, más o menos, en la que se mueve el mundo del libro de viajes. Lejos de los grandes números rojos de otros sectores, en el año de la pandemia. Rescate de los lectores en medio del naufragio. Un marco general para los editores viajeros entre los que, no obstante, hay experiencias para todos los gustos.
Lo que sí se advierte, en todos los casos, es un cierto cambio de tendencia en las demandas del lector. Ante las dificultades para viajar físicamente, las guías de información práctica caen, mientras que los libros de viajes para leer sin necesidad de salir de casa, los que contienen elementos culturales, emocionales o simplemente literarios, suben. Ganan también los que han complementado la presencia en librerías con la venta por Internet. Y sigue ganando el papel: el lector de libros en general, y el de viajes y aventuras en particular, necesitando todavía tocar, oler, sentir, guardar los libros en su biblioteca. Ventanas de esperanza en un mundo en sombra.
“El panorama está feo para viajar. En la división viajera de Anaya hemos caído por encima de la media de este género, y por encima de la media de otros géneros de nuestra misma editorial. Pero esto es debido, sobre todo, a la gran cantidad de guías que publicamos”, dice Juan Miguel Asensio, director de Anaya Touring. Aunque añade: “Trabajar en la edición de libros de viajes es como trabajar en una casa de apuestas. Y la apuesta ahora está por seguir actualizando nuestras guías, pero dedicar más esfuerzos a los libros singulares. Tal vez no se puede viajar, pero sí se puede leer. Y se pueden preparar también los viajes futuros en profundidad”.
En términos semejantes se expresa el director de otro de los grandes sellos viajeros, buscando el equilibrio entre la caída de las guías y el ascenso de otros títulos “inspiradores” o acordes con las nuevas tendencias. “El año 2020 nos ha sorprendido a todos —afirma Javier Zaldúa, de Geoplaneta y Lonely Planet— y los libros de viaje, que el año anterior crecían al 2 o al 3%, en esta ocasión han sufrido más que otros géneros, sobre todo por las guías”. A pesar de ello, “el mercado de los libros ha resultado ser resiliente, y las cifras nos han permitido acercarnos mucho a las del ejercicio anterior”.
Los primeros miedos
De hecho, la tendencia mayoritaria, tanto en grandes como en pequeñas editoriales, es la de la cercanía al empate con el año anterior. A pesar de las enormes dificultades. “De repente notamos una bajada importante en los meses del cierre absoluto —dice Leopoldo Blume, director de la editorial Blume—, pero lentamente las ventas se han ido recuperando hasta cerrar el año de otra manera. La fórmula ha sido la de reducir tanto en títulos como en volumen de ejemplares, alrededor de un 10% en inversión. En nuestro caso ha influido también negativamente la exportación, que ha podido caer entre un 40 y un 50% en el mercado de América Latina”. Mantener la calidad y reducir el número de títulos ha sido también la estrategia del sello más joven de este plantel, la editorial Tintablanca, cuyo editor, César Hernández, afirma que ha conseguido “pasar el 2020 sin agobios y prepararnos para un nuevo relanzamiento en la primavera-verano de este año”. Enero y febrero de 2020, dice, “fueron brillantes en la venta online, pero a partir de ahí no se ha producido el tirón de los meses anteriores, sino que ha sido más bien un goteo. Donde funcionamos bien es en las librerías, por eso sí hemos notado el cierre. Pero no nos preocupa en exceso, si no se vuelve a producir, porque nuestros libros son de largo recorrido”.
Por su parte Águeda Monfort, editora de Xplora, asegura: “A pesar de ser la nuestra una editorial pequeña, con todas las dificultades que eso entraña en momentos de crisis, hemos cerrado 2020 casi empatando con las cifras de 2019. Hemos reducido de momento las novedades a un título por año y buena parte del año pasado la hemos dedicado a la reedición, mejorando, ampliando y actualizando las guías que ya teníamos”. Para Verónica Vicente, del equipo de Daniel Moreno, editor jefe de Capitán Swing, “en el caso de Capitán Swing, hubo un momento en el que sentimos que estábamos al borde del abismo, pero después hemos visto que quedarse en casa con un libro ha resultado ser lo más seguro que existe frente a la pandemia. Y hemos salvado el año”. Por su parte, Darío Rodríguez, editor de Desnivel, prefiere “hablar de sensaciones antes que de cifras”. Y la sensación es que “frente al cierre de las librerías, la compensación ha venido en general por las ventas por Internet”.
Otra de las editoriales que ‘empató’ en el año de la pandemia fue Ediciones del Viento. Para su editor, Eduardo Riestra, “los resultados han dependido mucho de la actividad, la postura adoptada frente a la pandemia… y la suerte. Al ser una editorial pequeña, nosotros somos muy sensibles a la hora de encontrar un libro que funcione. En nuestro caso hemos contado por fortuna con el último de Javier Reverte, un libro de relatos viajeros que fue prácticamente un regalo de despedida. En 2019 publicamos 15 títulos, y en 2020, 18, así que hemos aumentado”. En el caso de La Línea del Horizonte, según afirma su directora, Pilar Rubio, “es obvio que los libros de viajes escritos en función del viaje físico han retrocedido, pero hay también un montón de personas amantes de los viajes, curiosos por conocer otras vidas y otras culturas, que son lectores de salón y han podido viajar muy bien sin moverse de casa”.
“Quizás nuestras pérdidas de este año estén un poco por encima de la media general del libro —afirman Teresa García y Ángel Sanz, editora y director de proyectos, respectivamente, de Interfolio—. La pandemia nos ha perjudicado menos, al ser el nuestro un catálogo de fondo, nada obsesionado por las novedades. Las aventuras de Amundsen o de Shackleton, que se quedó dos años atrapados en el hielo, nos hablan también de confinamientos, y han sido libros muy vendidos en 2020. Empezamos con la editorial en la anterior crisis y descubrimos que las crisis van bien para los libros. Con la pandemia ha ocurrido algo parecido”.
Ayudas, librerías, ferias
No todo, sin embargo, han sido empates ni compensaciones. “Nuestras ventas —afirma Javier Jiménez, director de Fórcola Ediciones— se han visto afectadas no sólo en lo que tiene que ver con la literatura de viajes, sino en nuestro catálogo en general, como le ha ocurrido a la mayoría de pequeñas editoriales independientes, el verdadero eslabón débil de la cadena del libro. El cierre temporal de las librerías, la devolución masiva de nuestros fondos tras la reapertura y la suspensión de las ferias del libro nos han perjudicado directa y duramente. La falta de ayudas institucionales ha rematado el asunto”.
Es similar el caso de Altaïr, un sello al que “la pandemia ha perjudicado por todas partes” al unir agencia de viajes, editorial y librería, como afirma Helena Bernadas, su directora editorial. “La venta de libros —dice— ya se había parado antes de la covid. De hecho, hemos suspendido temporalmente la edición de nuestra serie Heterodoxos. Tendremos un replanteamiento en el mes de junio, porque esto no parece que mejore. No sabemos muy bien qué va a suceder a corto plazo: el músculo se acaba”. Una coyuntura que Pilar Tejera, editora de Casiopea, eleva a la categoría de tendencia. Según ella, “la literatura ya estaba herida de muerte antes de que llegara la pandemia. Y el género de viajes, con las dificultades actuales para viajar, digamos que casi se sitúa en el corredor de la muerte”. “Si se mantienen los proyectos —asegura— es únicamente gracias al romanticismo de los editores. Y al tirón de determinadas firmas mediáticas”.
Las excepciones
En el lado contrario de la balanza se sitúa, sin embargo, Luis Zendrera, director gerente de Editorial Juventud. “En nuestra editorial —dice— los libros clásicos de viajes, de alpinismo, de aventura, de grandes navegantes han tenido más demanda que otros años. Y además se han vendido mucho por Internet, teniendo en cuenta lo difícil que es colocar estos libros en las librerías tradicionales. Seguramente es el producto de la necesidad de evadirse, de una manera o de otra. El libro de viajes, frente a otros géneros, nunca te da un número de ventas espectacular. Pero se mantiene. Y este año incluso ha crecido. No dejamos de estar sorprendidos por la respuesta del lector”.
Otra de las editoriales que ha cerrado 2020 con mejores resultados que 2019 ha sido Renacimiento. “Nuestra editorial —asegura su editora, Christina Linares—, ha crecido. Y los libros de viajes han ido en consonancia. Hemos publicado entre un 12 por ciento y un 33 por ciento menos de libros que en 2019, según las colecciones. Y sin embargo hemos crecido. Muchos lectores han encontrado en las restricciones de movilidad el tiempo que necesitaban para leer. Y muchos otros se han volcado también en la defensa de las librerías: cada vez que ha cerrado una, nos lo hemos tomado como un drama nacional”.
En todo este revoltillo de cifras, usos y oportunidades, un cambio que parece evidente, “es el de la relación entre guías y libros de viaje a la hora de vender. Nosotros antes vendíamos en Altaïr un ochenta por ciento de guías y un veinte por ciento de libros de viajes, y ahora el porcentaje es exactamente el contrario”, dice Helena Bernadas. “En Anaya ha tenido mucho éxito —añade Juan Miguel Asensio— el modelo de libro cofee-table, el libro ilustrado para tener y para ver muchas veces en casa”. “Nosotros intuíamos —afirma Leopoldo Blume—, que los libros que pueden servir al mismo tiempo para preparar un viaje a conciencia y para leer sin necesidad de viajar, los libros de inspiración tendrían más futuro que las guías”.
En el mismo sentido se expresa Javier Forneles, director de Confluencias: “Para nosotros la literatura de viajes es ante todo eso, literatura, ficción. Y en este sentido nuestros libros no están al socaire de un viaje inminente o pretérito. Es como un buen documental de Herzog. No importa si no vas al lugar que te muestra, él te lleva, ¡y desde la mesa camilla!”. “El caso de las guías —dice Javier Jiménez—, que entiendo que se han visto seriamente afectadas, no es el caso de la literatura de viajes, que tiene en la Odisea uno de los textos fundacionales de nuestra cultura occidental, y goza de un buen momento, nunca deja de tener lectores fieles. La combinación de viaje, historia y aventura suele gustar mucho a nuestros lectores, que son viajeros de salón. No hay mejor viaje que el de la imaginación”. Por su parte Ángel Sanz y Teresa García apuntan que “ya podemos hablar de nuevos lectores que han caído aquí durante la pandemia y que ahora es posible que se queden”. “Nuestras tintablancas son libros —apunta César Hernández— que van a la emoción, a la evocación, así que aguantan mucho más”.
La experiencia contraria es el de la editorial Xplora, en palabras de Águeda Monfort: “En nuestro caso, las guías de destinos locales se han mantenido, e incluso en algunos casos han crecido. Sin embargo, la literatura viajera nos ha ido peor, quizás porque la gente, de momento, no está pensando en hacer grandes viajes”.
Viajeros versus turistas
Guías frente a libros de viajes. Y también viajeros, siguiendo la nomenclatura de Paul Bowles, frente a turistas. Frente al turismo de masas. Otra preferencia que tiene también su influjo en las publicaciones viajeras. “Vuelve el viajero —afirma Juan Miguel Asensio—, el que no solo piensa en el desplazamiento, sino en cómo es ese desplazamiento. El que busca la relación real con otras culturas y otras gentes, la experiencia de las personas singulares”. “El mundo editorial es muy pasional y vocacional —añade Darío Rodríguez—, y este es un momento perfecto para recuperar esa cultura del viajero. El concepto, de hecho, ya estaba cambiando con el desplazamiento del turismo de playa hacia el de interior, pero ahora se puede acelerar”.
Durante los confinamientos, la reacción del lector ante los grandes libros de viajes demuestra que el espíritu del viajero “nunca se ha perdido”. Eso piensa Javier Jiménez, quien asegura que no se trata de algo pasajero: “Si algo nos ha demostrado la pandemia es que el actual concepto de turismo ha de cambiar en las próximas décadas, entre otras cosas porque la masificación va a estar más reglamentada, si no penalizada. La explotación indiscriminada de los recursos culturales, históricos o naturales en beneficio de la insaciable industria del turismo ha de ser controlada”. Un concepto, que ha tenido traslación a la línea editorial de alguna de las grandes compañías: “Pensando en el viajero —afirma Javier Zaldúa—, en Geoplaneta y Lonely Planet hemos sacado este año también nuevos productos, como la colección The Passenger, que reúne textos de viajeros, expertos y periodistas, artículos en profundidad que se adentran en esas culturas, y que se pueden leer en casa sin necesidad de viajar. O preparando a conciencia una futura experiencia de viajero”.
“El éxito este año de un libro como A París en burro —dice Christina Linares—, escrito a principios del siglo XX, en plena era del automóvil y la aviación, demuestra ese interés del lector por volver a los orígenes, a lo auténtico, al tiempo lento, a prestar más atención al recorrido que al propio destino”. “Lo que sí parece claro —concluye César Hernández, de Tintablanca— es que estos nuevos hábitos sociales van a colocarnos a todos más cerca del elemento humano, de la cultura, de la naturaleza y de la sostenibilidad. Creemos que esta es una tendencia que dejará poso”. Una percepción que avala Águeda Monfort: “Ahora estamos en contacto con un público nuevo, que piensa más en la cercanía y en la sostenibilidad que en el turismo de masas, y que ha llegado para quedarse”.
La cuestión inmediata es pensar si el turismo masificado volverá en cuanto se supere la pandemia. A este respecto, Pilar Tejera opina: “Personalmente no creo que el viajero vaya a sustituir al turista. Aunque grandes viajeros los va a haber siempre. En todo caso sí puede que haya un cambio de mentalidad en cuanto a la movilidad, al menos en el caso de los aviones… y un cierto repelús hacia la masificación”. Finalmente, Ángel Sanz y Teresa García apostillan: “Sin duda tenemos una buena oportunidad. Como decía Stevenson, lo importante es el viaje, antes que el destino. A nosotros nos gustan los viajeros, ésos que se quieren quedar para siempre en los lugares que visitan”.
El futuro del papel
En lo que sí parece haber unanimidad absoluta es en el futuro que tiene por delante la edición de libros en papel, frente a la amenaza, “que es cosa ya de otro tiempo”, de los mecanismos digitales. “Digamos que el papel y lo digital viven una entente cordial, y así va a seguir durante mucho tiempo. Es nuestro deseo, pero también nuestra visión”, dice Helena Bernadas. “La mal llamada pugna entre papel e internet está centrada en saber quién va a ganar, pero ésta no es la realidad. Los dos conviven. Al final los libros, sobre todo los de edición cuidada, te dan una prestancia que no te da internet. A los niños, y nosotros tenemos buenas colecciones infantiles, les mola mucho el papel”, dice Juan Miguel Asensio. Algo en lo que coincide con una editorial precisamente centrada en las generaciones futuras, Juventud, cuyo director gerente, Luis Zendrera, afirma: “El ochenta por ciento de los libros que se imprimen son libros para los niños, y a los niños les gusta el papel. Lo digital tardará todavía un poco en entrar en ese nicho”.
“Todos leemos demasiado ya en el móvil o en la pantalla del ordenador, y al final leer un libro es un auténtico descanso”, afirma Leopoldo Blume. “Al igual que tenemos un gran déficit de Naturaleza tenemos también un déficit de papel. La gente es mucho más romántica con respecto a los libros de lo que pensamos”, ratifica Verónica Vicente. Para Darío Rodríguez, “lo que nosotros aportamos es la labor del editor, el criterio, algo absolutamente clave para el buen lector. La cantidad de horas y horas que el editor y el autor le echan a la hora decidirse a publicar un libro no tiene comparación con tantos contenidos carentes de calidad y de fiabilidad como hay en Internet”.
Opiniones que comparte Christina Linares cuando dice, con respecto a su padre, Abelardo Linares: “Acertó cuando regresó de Nueva York en 1996 y apostó por la venta online de los libros en papel. Pero también acertó, como el oráculo de Delfos, cuando dijo que el libro en papel iba a convivir en perfecta armonía con el electrónico”. “Los editores —remata Eduardo Riestra— no somos leñadores. Somos los que hacemos posible que un texto llegue a un lector. En nuestro caso, que lo haga a través de un libro en papel. Mientras haya un tío que quiera leer un libro en papel, habrá un editor que se ocupe de imprimirlo”.
En un sentido parecido se muestran también otros editores como Teresa García y Ángel Sanz, quienes afirman que “el soporte digital se olvida, mientras que el libro se aprecia por lo menos con cuatro de los cinco sentidos”. O como José Manuel Dorado, director de La Serranía que dice: “Llevamos trabajando veinte años en papel y no tenemos nada en formato electrónico. Seguro que en 2021 no tenemos el volumen de ventas en papel que teníamos hace quince años, pero el papel tiene mucho futuro. Siempre queda un público lector que prefiere el papel y lo demanda”.
Futuro asegurado, eso sí, en convivencia con los formatos digitales. Hay que saber acertar, como dice Javier Forneles: “Lo que tengas en digital, ¡no lo pases a papel! Sólo si crees que hay algo en papel que merezca la pena y que sepas que es imposible que lo digital pueda superar, ¡lánzate! ¡Y estréllate, claro! Con suerte, puedes recoger tus cachitos y volver a empezar”. Y también estar dispuestos a buscar alianzas, como asegura Pilar Tejera: “Las editoriales tendrán que adaptarse para trabajar con desarrolladores y contenidos multimedia, lo cual va a ser difícil para algunas editoriales pequeñas. Las grandes ya lo están haciendo, y están obteniendo buenos beneficios con la formación y las plataformas universitarias. Pero a las pequeñas no les va a quedar otro remedio que establecer alianzas para ser más competitivas”.
Porque al final, para los editores, los resultados de la pandemia no han hecho otra cosa que corroborar que el gusto por el papel permanece. “Nosotros vendemos libros en papel, pero creamos como alternativa una plataforma online con parte de las rutas, que al final ha resultado un complemento perfecto: después de informarte bien, decides comprar el libro en papel, aunque tengas la ruta gratis en Internet”, dice Águeda Monfort. Y cierra César Hernández, cuya editorial Tintablanca, ha puesto precisamente el énfasis en telas de algodón de extraordinaria calidad y en el papel, en el mejor papel posible: “Hemos volcado toda nuestra fe y nuestro cariño en la apuesta del libro como un objeto de arte, bello y apetecible. Con textos extraordinarios e ilustraciones muy especiales para cada título, con espacios en blanco para que el viajero haga suyo el libro… Y con la mejor tela para las cubiertas y un papel arte único. Hemos apostado fuerte por los placeres sensoriales del libro, casi como algo iniciático. Al final, los libros que leemos de manera digital nunca están en nuestra imaginación”.