Las palabras ven

Editar en Centroamérica

Editar en Centroamérica fue un oficio de alto riesgo durante el siglo XX. Las condiciones económicas, sociales y políticas de los países centroamericanos han provocado en gran medida que hoy exista una difícil situación del sector del libro en la región: reducción en las cifras de producción editorial, el incremento de la piratería, los bajos índices de lectura, la carencia de infraestructura bibliotecaria y el cierre de librerías. 

Asolada por dictaduras y represión a granel, esto no fue impedimento para que de Centroamérica surgieran grandes plumas como Miguel Ángel Asturias (Premio Nobel), Augusto Monterroso, (Premio Príncipe de Asturias), Sergio Ramírez, (Premio Cervantes), Claribel Alegría y Ernesto Cardenal, (ambos Premio Reina Sofía). Pero también Cardoza y Aragón, Monteforte Toledo, Darío, Roque Dalton, entre otros. Guatemala, El Salvador, Nicaragua y Honduras registran la cifra más baja de títulos en todo el continente americano por cada cien mil habitantes. A ello habría que agregar que el  engranaje editor, distribuidor y librero funciona con mucha precariedad y lo es porque el número de librerías es pequeño. Además, la presencia de los grandes sellos editoriales apenas pesa en el inventario de novedades. Es decir, lo que publican en Guatemala, por ejemplo, no circula en el resto de países citados. Además, circulan poco entre estos países las novedades de cada país. En realidad, el negocio es la venta de libros de texto a colegios privados.

Ana María Cofiño, directora de Ediciones del Pensativo de Guatemala dice al respecto: «Producir libros en Guatemala, como una empresa que permita obtener ganancias, es un mal negocio. Las redes de distribución y consumo son mínimas. Pocas personas tienen las condiciones económicas para comprar libros, que en nuestros contextos, son objetos de lujo». Susana Reyes, de Índole Editores, de El Salvador confirma la percepción de Cofiño: «Editar en nuestros propios países es un trabajo titánico en cuanto a recursos, falta de incentivos fiscales, inversiones de los propios bolsillos, poca cultura de consumo de libro nacional por el placer de leer a los autores nacionales… Y así un infinito rosario de retos».

Isolda Arita, editora de Guaymuras, de Honduras, abona en esa dirección y ante la pregunta: ¿qué significa editar en Centroamérica? afirma: «Quizás la frase ‘nadar contra corriente’ se trabaja en contextos adversos, tanto por las carencias de la mayoría de la población, como por la ausencia de políticas públicas orientadas al fomento del libro y la lectura». Salvadora Navas, de la editorial Anamá, de Nicaragua describió un panorama adverso para quienes editan desde los márgenes independientes. Anamá fue fundada en 1993 en Managua gracias al esfuerzo de un grupo de profesionales del libro que deseaban promover la edición profesional de la literatura nicaragüense. Actualmente es una de las editoriales independientes más importantes de Nicaragua y tiene presencia en las ferias del libro en Latinoamérica, España y Alemania.

Por último, Raúl Figueroa Sarti, de F&G editores, de Guatemala, es más optimista: «Editar en Centroamérica es un ejercicio permanente de optimismo y de batallar constantemente contra la corriente. Queda la satisfacción de estar contribuyendo a la construcción de sociedades más justas y más democráticas.»

Terquedad y resistencia

El número de editoriales independientes es numeroso en esos países. En Guatemala está F&G, Magna Terra Editores, Catafixia, Ediciones del Pensativo, entre otras. Pero existen un sinnúmero de pequeños pero determinados esfuerzos editoriales independientes que han aparecido en los últimos diez años. En El Salvador existen alrededor de diez, siendo Índole Editores y La Chifurnia las más activas. En un estudio de Alexander Hernández Sánchez, titulado Las editoriales independientes en El Salvador (2006-2016) se señala que éstas «se han convertido durante los últimos años en un oasis para la actividad literaria salvadoreña, una alternativa a la ‘literatura oficial’ que es la canonizada y reproducida por las editoriales estatales. En buena medida, las editoriales independientes han sido las responsables de renovar el panorama literario salvadoreño en la última década al ampliar sus catálogos y dar el espacio a nuevos autores».

Desde Honduras, Arita sostiene que «apostarle a los libros y a los autores locales es también un acto de fe en nuestras sociedades. Los editores independientes navegamos entre las incertidumbres del mercado y la certidumbre de que estamos haciendo algo hermoso y necesario, y esta convicción es fuente de resiliencia y creatividad para sortear las adversidades y mantenernos a flote, aunque no todos lo logran». Si bien un alguien afirmaba, no sin cierto sarcasmo, que si un autor es editado en Centroamérica es como estar inédito, sorprende la vitalidad y ejercicio de resistencia para no naufragar de estos heroicos hombres y mujeres. Porque hay que tener algo de pirado de la cabeza para ejercer este oficio. Cofiño lo dice mejor: «Es nadar contracorriente, enfrentar la mediocridad, luchar contra la censura, trabajar por amor al arte, chocar contra la realidad. Decimos esto porque vivimos en una región empobrecida del continente, donde la educación es vista como una amenaza para el régimen que ha hecho de Guatemala un país donde las desigualdades son abismales. La pobreza extrema, el analfabetismo, la falta de escolaridad, el multilingüismo y el racismo son algunos de los obstáculos que impiden a la población acceder al conocimiento universal. Las niñas y las mujeres son la mitad de la población y entre ellas, los índices de carencias, exclusiones y violaciones a sus derechos, son mucho más graves. En el caso de población originaria, los niveles se acrecientan».

A pesar de la variedad de ofertas literarias la región enfrenta un extraño fenómeno: el desconocimiento de autores y novedades entre esos países. Es decir, se sabe muy poco del trabajo que realizan. La circulación entre países es casi nula. La pandemia no solo cerró fronteras, sino también golpeó duramente la capacidad de los editores independientes. Navas, de Anamá, lo corrobora. Con suerte tendrá cuatro o cinco novedades. Pero, el aislamiento ya venía antes. 

Arita, de Guaymuras, lo define así: «La integración centroamericana no ha pasado de ser una declaración de buenas intenciones. La región es un pequeño territorio fraccionado en parcelas separadas por aduanas y fronteras celosamente resguardas, y los libros son tratados como una mercancía más. Algunas editoriales centroamericanas hemos hecho intentos de coordinación —las ferias centroamericanas del libro son un ejemplo—, pero han podido más los obstáculos».

A pesar de la adversidad

En estos cuatro países no existen políticas públicas sobre los libros, la lectura, la escritura y el fomento de nuevas bibliotecas. Por otra parte, las editoriales padecen doble o triple tributación. Es decir, pagan impuestos por producirlos, por venderlos y distribuirlos. No existe una oficina de fomento y de facilitación de crédito barato para el sector independiente editorial, a pesar de que ha sido el que más le ha apostado a la publicación de novela, cuento, poesía, ensayo, biografía y literatura infantil. Con toda certeza, la pandemia golpeará al sector independiente del libro. Casi todos los editores consultados coincidieron que para finales de 2020 la edición de novedades bajará drásticamente. 

Preocupados, confían en resistir. Todos los que nos dedicamos a los libros eso hacemos día a día. Quizá regresen los días con su hálito de aires delgados y noches largas para conversar del próximo libro. José Emilio Pacheco escribió hace  unos 35 años en el poema “Nuevo orden”: «El mañana /vendrá como quiera y sin miramientos. /Sobre todo sin miramientos».

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