José Antonio Griñán:
“No busco el revanchismo. A las personas que me hicieron daño ni las nombro”

Una entrevista de MANUEL MATEO PÉREZ

Cuando ya nada se espera, como el verso de Gabriel Celaya. El ex presidente de la Junta de Andalucía José Antonio Griñán ha titulado así un libro que es muchas cosas a la vez: un volumen de memorias, un manual de historia, un recuerdo de lucha y compromiso y una catarsis. Griñán concede la primera entrevista de la promoción de su libro a Publishers Weekly en Español.

Lo que llama la atención del volumen es que está (muy) bien escrito, algo poco habitual en alguien procedente de la política española. Lo segundo, una absoluta ausencia de revanchismo. Editado por Galaxia Gutenberg, el libro de Griñán es un texto imprescindible que todo joven debería de leer. Absténganse, por cierto, populistas y vengadores. 

—¿Por qué ha escrito Cuando ya nada se espera?

—Hay un momento y una razón. El momento fue cuando mi hijo mayor publicó en Facebook un texto muy emotivo a propósito de mi inculpación judicial; fue la excusa que me sirvió para iniciar el libro. La razón fue mi enfado cuando empecé a escuchar lo del régimen del 78, esa monodia crítica contra la Transición por gente que no estuvo allí y no la vivió. Aquello cambiaba la historia real con un propósito político y me indignó. La Transición fueron años fundamentales para nuestra historia. Mientras la banda terrorista ETA no paraba de asesinar, un sector involucionista del Ejército intentó perpetrar tres intentonas golpistas buscando acabar con la democracia. Fueron años esperanzadores pero angustiosos. Tratar de contar aquella historia, restablecer esos días es uno de los objetivos de la parte liminar del libro. Hay, antes que ese bloque, una parte preliminar donde sitúo mi vida frente a los grandes momentos que nos tocó vivir. La última parte está dedicada a mis responsabilidades políticas al frente de los ministerios de Sanidad y Trabajo, y la presidencia de la Junta de Andalucía. Luego pongo en pie un epílogo que es una reanudación de la conversación con mi hijo Manolo con la que comienzo el libro y que es una descarga emocional y a la vez una reflexión apoyada en mi experiencia y, por qué no, en mis temores actuales.

“De los procesos judiciales no quiero hablar. Pero confieso que sigo sin comprender nada de lo que sucedió. No tengo dudas de que fue un caso político”

—En su libro es especialmente crítico contra los populismos que han surgido en España. ¿Tan peligrosos son?

—Las democracias iliberales, perdóneme el oxímoron, son movimientos falsamente democráticos, más peronistas que democráticos que provienen sobre todo de América Latina y que quedan al descubierto por su falsario modo de encarar la realidad. Antes de su irrupción el libro aborda la cuestión territorial, la monarquía, el modelo social, económico y la iglesia, los cuatro temas que ya citaba Manuel Azaña como los que habían descosido España a lo largo de la historia. 

—Hay varios asuntos que llaman la atención en su libro. El primero es que está bien escrito, algo poco habitual en un político. El segundo, la memoria desatada y rigurosa a lo largo del texto, adornada con buenas lecturas, y por último una ausencia absoluta de odio y venganza. 

—No siento la necesidad del revanchismo. A las personas que me hicieron daño no las nombro. Tampoco me siento enfadado con aquellos con quienes tuve abiertas discrepancias. Las tuve con Rubalcaba, pero siempre reconocí su talla política. Yo me situé aquellos días al lado de Carme Chacón. También tuve discrepancias con Manolo Chaves, pero no puedo olvidar que fue una persona que me abrió muchos territorios en política por lo que siempre le he mostrado cariño y agradecimiento. Y luego hay algunos a los que sencillamente no quiero ni nombrar.

—Concluye su relato antes de los procesos judiciales que padeció. ¿Por qué?

—De los procesos judiciales no quiero hablar; escribo sobre lo que sentí. Pero confieso que sigo sin comprender nada de lo que sucedió. No tengo dudas de que fue un caso manipulado políticamente. No tenía base alguna para llegar a donde llegó. Y espero que eso lo entienda el Tribunal Supremo. En el libro, de hecho, hablo de un destacado dirigente del Partido Popular que en un momento dado me confiesa que la persona que estuvo detrás de todo esto fue Javier Arenas. No lo sé. Pero, fíjate: de ser cierto no guardo hacia él rencor alguno. De hecho, lo recuerdo acompañando nuestro dolor cuando mi maestro jurídico, el hermano pequeño de mi madre y algo así como un hermano mayor para mí, mi tío Rafael, fue asesinado por ETA.

—Una de las claves de bóveda de su libro es el epílogo. Confieso que me ha emocionado leerlo, quizá porque está dirigido directamente a su hijo Manolo que lo defendió en sus momentos más duros. He tenido la sensación de que ese texto es la puerta de un nuevo libro ¿me equivoco?

—Es posible. Este termina en 2013 y, después de esa fecha, han pasado cosas. Y es cierto que hay algo emotivo en esa parte final del libro. Yo también me emocioné escribiéndolo. Para mi el estilo es fundamental y el estilo es necesario para saber transmitir. Soy capaz de dejar de lado un libro si a la página diez el estilo me defrauda o me oscurece lo que se quiere transmitir. 

—Volviendo al inicio del libro usted narra su vida de modo paralelo al momento político que vive España.

—La presencia de mis padres permea el relato personal. Escribo con sincera admiración de los dos. Mi padre me enseñó que estábamos equivocados cuando considerábamos que la mitad de los españoles eran malos y la otra mitad buenos. Fueron los efectos del reduccionismo que tanto daño nos ha hecho y que tanta separación ha generado. Los años de mi niñez y juventud tienen un carácter impresionista que pretende reproducir esa sociedad y esa vida de la posguerra española. Son pinceladas del nacionalcatolicismo y del antiliberalismo asfixiante de aquellos años hasta llegar al plan de estabilización que impulsó la gente de Carrero Blanco y que iba a suponer, ya en los sesenta, un crecimiento económico que desataría las contradicciones de la dictadura. Son también los años de las luchas universitarias y obreras, pero también años de crecimiento económico, años en que se van formando organizaciones clandestinas que tendrían un claro protagonismo después de la muerte de Franco. Años de lucha, de esquivar a la brigada político social, de mirar recelosamente a un lado y a otro, gesto que aún nos queda de aquellos tiempos. De ahí llegamos a una Transición que fue modelo de generosidad, talento político y grandeza por parte de sus protagonistas.

—¿Cuándo cobra conciencia de que es necesario dar un paso al frente y abrazar la vocación política?

—Durante mi carrera de Derecho iba a las manifestaciones y alguna vez me retiraron el carné de estudiante por estar en concentraciones en el aula. Pero yo nunca formé parte de ninguna de aquellas asociaciones estudiantiles. En Sevilla, conocí el PSOE de la mano de Felipe (González) y Alfonso (Guerra) que me descubrieron ese mundo socialista con apenas protagonismo en Madrid. Fue aquí en Sevilla donde cobro conciencia de la necesidad de dar el paso adelante, algo que incomodó a mi padre pero que jamás me lo reprochó. Recuerdo un almuerzo familiar en Madrid discutiendo sobre la honorabilidad de las personas que habían formado parte del Partido Socialista. Mi padre, muy crítico con el Frente Popular, me preguntó quién podía presumir de integridad en aquella España prebélica y yo le dije: don Julián Besteiro. Él bajó la cabeza y casi en un susurro dijo: “Sí, Besteiro fue un hombre íntegro”. Cuando pasados los años mi padre se resigna con mi dedicación a la política me dice una sola cosa: Hazlo sin odio. Y esa lección he tratado de cumplirla a lo largo de mi vida. En mi libro me lamento de cómo, pasados los años, ya en este siglo, la política ha derivado en algo muy distinto. Hoy, lamentablemente, veo mucha violencia verbal y odio en la política. Hay un cainismo insostenible.

—Usted termina su carrera en la Universidad de Sevilla en un curso donde solo había cuatro mil alumnos matriculados. Muchos años después, en el curso 2012-2013, con el mismo número de jóvenes en la ciudad, esa institución tiene matriculados a más de noventa mil estudiantes. ¿Es esa la mejor metáfora del desarrollo de una región?

—Sin duda. Pero diría que la verdadera vertebración de Andalucía fueron las comunicaciones viales, la posibilidad de unir Huelva y Almería con la A-92, que inició Rodríguez de la Borbolla. Los andaluces apenas tenían entonces movilidad interna; la inmensa mayoría de los que viajaron fue para salir de aquí y buscar en otros países una oportunidad. Recuerdo que, en mis primeras etapas como político en Andalucía desarrollamos programas de viajes para mayores y comprobamos que buena parte de los que vivían en el interior jamás había visto el mar. Rafael Escuredo intentó resolver problemas en las regiones deprimidas y puso en marcha una reforma agraria para conseguir una explotación más eficiente de cultivos, unas mejores infraestructuras internas y una comercialización más amplia. Creo que el campo andaluz hoy sería aún más competitivo e industrializado con esa reforma agraria, que no se entendió ni por la derecha ni por el gobierno de Felipe González recién llegado a La Moncloa. 

“El Partido Socialista siempre ha tenido un problema y es que nunca ha querido quedarse a la derecha, y eso para mí es un error”

—En su libro usted retrasa el final de la Transición a 1986 cuando España accede a la OTAN y a la Comunidad Europea. Otros historiadores la habían cerrado antes. Habla en ese tiempo de dos personalidades importantes: El rey Juan Carlos y el presidente Adolfo Suárez. De ambos tuvo prevenciones hasta que termina por asegurar que los dos fueron protagonistas fundamentales de una historia que acabó bien.

—El mérito de Juan Carlos fue darse cuenta de que no podía hacer otra cosa que trabajar por una democracia firme. Y eso era algo que sabíamos. El mundo era otro. No había más salida que la democracia por la que también trabaja con acierto Suárez, que aunque venía del movimiento supo leer con inteligencia el tiempo que le tocó vivir. Tuvimos además la fortuna de que Carter ganó las elecciones presidenciales americanas de 1976 y fue mucho mayor ayuda para nuestra democratización de la que hubiéramos tenido con Gerald Ford y Henry Kissinger. La Transición, internamente, fue una confluencia entre la voluntad del Rey, Torcuato Fernández Miranda y Suárez, por un lado, y el empuje, por otro lado, de la oposición democrática. El acierto de Suárez fue legalizar a todos los partidos políticos y aceptar sus exigencias de amnistía y apertura de un proceso constituyente por el parlamento elegido el 15 de junio de 1977. 

—En su libro confiesa que la fascinación que sintió cuando oyó un discurso a Felipe González fue la misma que sintió al leer a Fernando Savater. Ambos decían cosas que usted sentía muy dentro pero que no acertaba a decirlas con esa claridad. Sitúa a González como un político fundamental para entender la España de hoy día.

—Lo digo de una forma muy laica: Quizá haya sido uno de los políticos más importantes de la historia de España. Con sus aciertos y sus errores, pero con un legado importante que por fortuna aún disfrutamos.

—Con José María Aznar no siente la misma fascinación, pero no tiene frente a él desconsideración alguna.

—El gran pecado que cometimos los socialistas, o la izquierda en general, fue minusvalorar a Aznar. Lo primero que hace al llegar a la política nacional es reconvertir su partido y emprender una tarea de penetración intelectual en la sociedad española de la que hasta esa fecha carecía la derecha. Una vez puesta en marcha, busca la hegemonía política. Eso muestra una alta inteligencia y, paradójicamente, el desarrollo de una estrategia gramsciana.  De otro lado, yo no muestro en el libro desconsideración alguna frente a nadie.

—Uno de los capítulos más críticos de su libro está salpicado de frases lapidarias como esta: “Echo en falta un fortalecimiento de la idea de España que hubiera evitado los desastrosos separatismos que hoy padecemos”. ¿Hasta qué punto la izquierda española no es culpable de esta realidad?

—Nos faltó una narrativa. Y esa narrativa que España no construyó por sí misma la construyeron diecisiete comunidades autónomas. Lo que no hizo la nación española lo hicieron las comunidades autónomas para justificar una identidad nacional que no tenía fundamento. ¿Dime qué identidad tienen algunas de estas regiones? No sé si fue Azaña o Negrín el que dijo que la idea histórica de España se tiene que recibir no críticamente sino siempre para enriquecerla, jamás para detestarla. Tenemos tantos motivos de orgullo que necesitaríamos largos libros para tan solo enunciarlos. Algunos de los problemas del Partido Socialista vienen de no aceptar que pueda haber alguien a su izquierda. La Tercera Internacional nos contaminó con el izquierdismo y desde entonces tenemos el prurito de no dejarnos pasar por la izquierda. Ahora muchos socialistas se han podido contaminar de los populismos que han brotado para desgracia de todos nosotros. Y lo cierto es que ni aquel, el comunismo, ni éstos, los populismos, ofrecen nada que pueda superar a la idea socialdemócrata.

“Cuando mi padre sabe que deseo dedicarme a la política me dice una sola cosa: Hazlo sin odio. Y esa lección he tratado de cumplirla a lo largo de mi vida”

—Le reconozco que me he divertido mucho con sus críticas al sevillanismo. A pesar de ellas usted ha decidido seguir residiendo en la capital de Andalucía.

—No es contradictorio. No hay cosa que menos haya asimilado que a los llamados “sevillitas” o “sevillanitas” que son reflejo de una cultura ruralista y que encierran sentimiento de pertenencia en un catálogo de ritos y una forma de ver las cosas ciertamente excluyente. Entiendo el conservacionismo y el amor por una ciudad tan hermosa como Sevilla, pero de ahí a querer imponer sus razones de pertenencia y convertirla en condición de ciudadanía hay una distancia. Son muy hartibles, son esos  que te critican por decir traje de faralaes en lugar de traje de volantes o aquellos que te reprochan que no conozcas hasta el más mínimo detalle de las marchas procesionales. 

—¿Y qué Andalucía ama?

—La más hermosa, la que te acoge y te invita a sentir la vida, la que te enseña que lo más profundo es la piel, la que ama la conversación, la que sabe sentir la belleza y la calle, las relaciones de vecindad. Cuando entras en Andalucía por cualquiera de sus puertas, a la caída de la tarde, ves que no hay un alma en los pueblos que has dejado atrás mientras que aquí los andaluces se sientan a las puertas de la casa para hacer tertulia o se reúnen para darse al dulce placer de la conversación, el diálogo y la risa.

—Tengo una última pregunta. ¿Ha merecido la pena? 

—Respondo a esa pregunta en el libro de forma extensa. Desde el punto de vista de mi aventura colectiva sí. Desde un punto de vista personal y familiar no estoy seguro porque mi actividad ha causado daño, no ya a mi, algo que habría asumido, sino a las personas a las que más quiero.

Cuando ya nada se espera

José Antonio Griñán.
Galaxia Gutenberg. 23 € (568 p)
ISBN 978 841880785 5

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