“Las editoriales literarias independientes están condenadas a la excelencia y los grandes grupos a ganar dinero”
Los papeles de Herralde llegará a las librerías a finales de marzo y en él está recogida la correspondencia que transparenta su vocación de editor, la creación de Anagrama y la puesta en pie de uno de los catálogos más importantes en lengua española del último siglo. El libro está escrito y coordinado por el ensayista Jordi Gracia. En sus más de cuatrocientas páginas late la vocación inquebrantable, la voluntad tenaz por construir un repositorio de libros únicos y el día a día —rutinario, esclarecedor, chispeante, ácido o doloroso— con autores, colegas, prensa, agentes, conocidos, amigos y enemigos.
Jorge Herralde fundó con treinta y cuatro años Anagrama: “Comenzó a editar con el instinto de subversión, el coraje gamberro, la pincelada salvaje, la novela solvente y el pensamiento radical contra las quiebras y carencias de su propia época”. Julián Mumbrú diseñó a finales de 1968 el logotipo de Anagrama, nombre que Herralde había elegido tras saber que Crítica ya estaba registrado.
Desde aquellos años hasta hoy la editorial ha publicado unos cuatro mil títulos en una veintena de colecciones, una media de cien libros al año. Su vida como editor, su día a día al frente del oficio más bello del mundo, está recogida en títulos como Opiniones mohicanas (Acantilado, 2000), Por orden alfabético (Anagrama, 2006) o Un día en la vida de un editor (Anagrama, 2019). Su memoria literaria está en esos volúmenes, pero su historia íntima, lo más parecido a un diario, se encierra en este libro. De la ingente correspondencia solo se ha escogido una mínima parte, un metro cúbico de cartas como asegura en este reportaje Jordi Gracia.
Desde 2000 la correspondencia desciende hasta su casi total extinción. Se universaliza el uso del correo electrónico. Y un accidente informático destruye una parte de la correspondencia digital. Ahora se trabaja en tratar de recuperarlo.
En todo caso las rutinas del editor no desaparecen. Sus cartas han tenido siempre un nervio taxativo y sin titubeos. “Un editor metódico en la imaginación de potenciales manuscritos, insensible al desencanto, blindado contra el sentimentalismo e impermeable a la tormenta”, escribe Gracia. Está bien explicado cuando añade que Anagrama se dirige a un “lector que no sabía que quería leer esos libros”.
Sus colecciones más conocidas —Panorama de narrativas (portadas amarillas) y Narrativas hispánicas (portadas grises)— han educado al menos a un par de generaciones de españoles e hispanohablantes. Durante muchos años su trabajo más gratificante era la lectura de los manuscritos, elegía las portadas y estaba al frente de la redacción de las sipnosis. En el oficio de editor se disfruta todo. No hay nada que resulte tedioso o desagradable, sostiene. ¿Problemas? Los de una editorial mediana: crisis económicas, fugas de autores y una competencia cruel y desigual. Lo de siempre. ¿Aciertos? Su ingente catálogo, crear una editorial imprescindible y establecer una hoja de ruta donde otros editores se han mirado sin disimulo alguno.
El libro detalla cómo Herralde urdió el relevo con exquisito tacto. En lugar de a Planeta, vendió su editorial a Feltrinelli, viejos amigos desde los veranos en Cadaqués. Concluida en enero de 2017, Herralde confió la dirección editorial a Silvia Sesé a la que había conocido en 2001 cuando preparaba la edición de Opiniones mohicanas para Círculo de Lectores. No obstante, y a pesar de poseer solo el uno por ciento de la editorial (el 99 restante lo posee Feltrinelli), Herralde preside aún el Consejo de Administración.
La entrevista con Jorge Herralde estaba prevista hacerse en persona o en el peor de los casos por videoconferencia. Pero el editor ha padecido estas últimas semanas contratiempos que han imposibilitado la cita. Las preguntas y las respuestas viajaron por correo electrónico.

—Releer viejas cartas es revivir momentos felices y reabrir olvidadas heridas. ¿Qué objeto tenía reunir su correspondencia? ¿Una puesta en orden? ¿Otro modo de narrar la historia de Anagrama y de su propia vida?
Me encantan los libros de correspondencia editorial. ¡Incluso el mío! Reunir esta correspondencia fue una idea feliz de Jordi Gracia. Y desde luego es otra forma de explicar la historia de Anagrama y la mía propia, confiando en que no sea demasiado aburrido. Las viejas heridas están aparcadas en alguna cámara secreta del cerebro esperando a ser reactivadas. Por cierto, esas viejas heridas nunca se cierran, sí los rasguños.
—Independencia, perseverancia, catálogo… Hay tantas palabras que pueden singularizar su carrera en Anagrama como autores ha conocido. Empecemos por lo primero. Usted ha establecido siempre una férrea diferencia entre los grandes grupos editoriales y las editoriales independientes. ¿Cuál es hoy día esa diferencia?
Substancialmente lo mismo, aunque esos grandes grupos son cada vez menos, pero más poderosos. Las editoriales literarias independientes están condenadas a la excelencia, para decirlo en palabras de Pierre Bourdieu, mientras que los grandes grupos están condenados a ganar mucho dinero y así evitar convertirse en “absorbidos”. Otra característica: los grandes grupos compran catálogos, los de los sellos que han adquirido, mientras que las editoriales independientes los construyen, sin bajar el listón de la calidad teniendo muy presente la política de autor.
—El libro comienza con las dificultades para poner en marcha la editorial. Todo parecen problemas, quizá el más recurrente la intervención de la censura franquista. Visto con la perspectiva de los años ¿qué sensación tiene de aquellos años de insistencia y agitación?
Enormemente estimulantes: publicar libros en contra del establishment, ver cómo se podían “colar goles” a la censura pese a los secuestros de libros, procesos y otros avatares, e ir encontrando grupos de lectores radicales, muy considerables en aquellos tiempos.
—Las distintas colecciones que abrió entonces se han convertido hoy en clásicos. Se diría que las preocupaciones de entonces siguen vivas hoy día. ¿Qué ha cambiado desde aquellos años y qué no?
Hubo un cambio radical con la llegada de la democracia. Aunque el primer jefe de Gobierno fue Adolfo Suárez que procedía del falangismo, cosa nada estimulante para la juventud politizada que nutría los partidos y grupúsculos de la izquierda y la extrema izquierda. Muchos de ellos abandonaron la lucha, desaparecieron las revistas de oposición como Triunfo o Cuadernos para el Diálogo, entre otras, y se dejan de vender libros políticos. Un auténtico “desencanto” tal como se bautizó en su día.
—El libro es una apasionada inmersión a los años dorados de la edición en Barcelona. No falta ningún nombre: Están los grandes editores, los grandes autores, los grandes mitos. Acabada la gran noche ¿cómo recuerda esos años? ¿Qué queda hoy día de aquella Barcelona que encaraba la modernidad con mayor arrojo y valentía que ninguna otra ciudad de España?
Estoy de acuerdo con su análisis sobre la Barcelona de aquel tiempo. Fue extraordinariamente estimulante que se reuniera, durante varios años y en los mismos lugares, un nutrido grupo de jóvenes escritores, editores, cineastas, gente del teatro… Todos ellos más o menos antifranquistas que se proclamaban “partidarios de la felicidad” según la “consigna” de Gabriel Ferrater. Y en el ámbito editorial significó la aparición deslumbrante de Seix Barral, con Carlos Barral, Joan Petit, Josep Maria Castellet, Jaime Gil de Biedma, los tres hermanos Goytisolo o Jaime Salinas. Solo duró una década, pero fue la primera inmersión de la edición española en el panorama internacional.
—Sus rutinas epistolares transparentan al editor atento a todo, despierto, incisivo, laborópata, ‘taxativo y sin titubeos’, como lo califica Jordi Gracia en el libro. A continuación, dice que sus relaciones con la prensa, al menos en la década de los setenta, fueron a menudo tensas. Pero yo no recuerdo a ningún editor español más mimado y respetado en los medios de comunicación que usted. Con la panorámica que dan los años ¿cómo califica su relación con la prensa? ¿Qué papel han jugado los medios en el éxito de Anagrama?
En primer lugar, diría que mi relación con la prensa fue siempre excelente, con algunos pequeños aguijonazos por la falta de puntualidad en las reseñas. Probablemente la única relación tensa fue muy en concreto con El País. Era “mi periódico”, como el de mucha gente inquieta, y por ello más dolorosa su postura de apoyar descaradamente a Alfaguara, la editorial del Grupo Prisa.
Anagrama, que en los años 80 lanzó Panorama de narrativas y Narrativas hispánicas y necesitaba, claro, todo el apoyo de sus presuntos cómplices, tuvo un tratamiento muy esporádico pese a mi amistad con los periodistas culturales con Rafael Conte al frente. Pero El País, durante aquellos años tuvo que alinearse con ese gran grupo financiero que protegía sus inversiones. Todo muy lógico si exceptuamos que se trataba de El País, un periódico que creíamos diferente.
—Usted ha sido un editor que ha cuidado a sus autores con exquisito mimo. ¿Qué no hacía usted por sus autores que sí hiciera, por ejemplo, Carmen Balcells, con la que siempre mantuvo una relación de amistad y tensión?
Carmen Balcells levantaba grandes anticipos, a veces grandiosos como en el caso de Gabo y similares, para sus mejores autores (y de paso conseguir, obviamente, grandes ganancias para su agencia). Su trabajo principal consistía en calentar a los grandes grupos y ver quien se llevaba las mejores piezas. Y después organizar cenas y fiestas para sus autores importantes. En el caso de Anagrama, intentábamos que el anticipo se pareciera algo a las ventas previsibles lo que resultaba cada vez más difícil y a veces imposible. Otra característica de Carmen Balcells era la de “los paquetes”. Cuando vendía, en especial a los editores extranjeros, un Gabo, un Vargas Llosa o una Isabel Allende, a menudo incorporaba a un autor joven a un precio muy razonable. El editor lo publicaba, más bien lo imprimía, encuadernaba y lo ponía en las librerías con cero promoción. Resultado: ventas mínimas. La varita mágica de Carmen se había encallado.

—Incluso llega a señalar dos enemigos en la primera época de la editorial: Franco y el desencanto, y otros dos en la siguiente: El País y Balcells. ¿Fueron esas, vistos con perspectiva, las peores piedras que se encontró en su camino?
Me temo que sí. Porque, por ejemplo, el tan temido Wylie apreciaba a los buenos editores literarios y sus proyectos, y tenía con ellos, con nosotros, una relación mucho más plácida y cómplice que la Balcells. Wylie era sobre todo temido por sus colegas, los agentes literarios, por los que no sentía ningún respeto.
—La construcción de su catálogo discurre paralelo a la construcción de España, al encaje del país en su modelo democrático. El acento político de los libros editados en la década de los setenta da paso a un creciente interés por la narrativa literaria en los ochenta que nos descubren los nombres que han educado a toda una generación de lectores. ¿Cómo recuerda esos años?
Resultó muy estimulante la acogida de autores desconocidos, pero excelentes y la propulsión de Anagrama como editorial de referencia. Una de las peculiaridades de la editorial consiste en tener un fondo muy vivo con reediciones constantes durante décadas… Ejemplos irrefutables son autores como Bukowski, Fante, Highsmith o títulos como La conjura de los necios, entre otros.
—A principios de la década de los ochenta, además, la editorial busca pasar página de sus problemas económicos tras los fiascos con la distribuidora Enlace, los malos resultados en Hispanoamérica y el agujero causado con el proyecto de La Gaya Ciencia, donde Rosa Regàs participó en una gestión llena de dudas. ¿Esa época marca el inicio de una nueva Anagrama?
A raíz de la fuerza de las dos colecciones mencionadas, Panorama de narrativas y Narrativas hispánicas, sumada al éxito de la colección de bolsillo Compactos, Anagrama adquiere una velocidad de crucero. Los problemas económicos, tan angustiosos especialmente en la primera década, se desvanecen. Anagrama se implanta también en América Latina, primero con las exportaciones y, a partir de 2010, iniciando allí las ediciones de todos los autores latinoamericanos de los distintos países. Era la única editorial que se atrevió a llevar a cabo esta política y lo sigue haciendo. A partir de la década de los 90, aumenta el número de autores y títulos pudiéndose pagar mejores anticipos, en ocasiones bastante o muy elevados. Es decir, un cambio drástico.
—Panorama de Narrativas y sus portadas amarillas primero y Narrativas Hispánicas, con sus portadas grises después, cambian una editorial que en palabras de Gracia abraza “la gran ficción y no el combativo y didáctico sermón”. ¿Había dentro de usted un editor nuevo a partir de aquellos años?
Mis intereses desde muy joven ya eran literarios, así en los años de mis primeros proyectos editoriales frustrados, recuerdo Autobiografía de Alice B. Toklas de Gertrude Stein, entre otros. Sin embargo, me dejé arrastrar gozosamente por el desenfreno político de los 60 y 70. Luego continuamos publicando ensayo, a menudo con connotaciones políticas, en la inaugural colección Argumentos, pero lo más importante ya fue lo literario.
—La nómina de narradores que publican en la década de los ochenta es inmensa. Prefiero que sea usted quien haga un resumen de aquellos nombres que cuarenta años después aún recuerda con especial cariño. ¿Quién formaría parte de ese selecto resumen?
Mi lista es muy extensa, aun dejándome libros importantes por el camino. Solo mencionaré un libro de cada autor cuando, en muchos casos, serían bastantes más. He aquí mi listado en la colección Contraseñas: Richard Brautigan, Willard y sus trofeos de bolos. Un perverso misterio (1980), Michael Herr, Despachos de guerra (1980), Charles Bukowski, Mujeres (1981), Tom Wolfe, La izquierda exquisita & Mau-mauando al parachoques (1983), Groucho Marx, Las cartas de Groucho (1983), Sam Shepard, Locos de amor (1985), Martin Amis, El libro de Rachel (1985), Jack Kerouac, En el camino (1986), Hunter S. Thompson, Miedo y asco en Las Vegas (1987), Kurt Vonnegut, Matadero Cinco (1987), Tom Sharpe, Vicios ancestrales (1987), y Ken Kesey, Alguien voló sobre el nido del cuco (1987).
En Panorama de narrativas destacaría estos: Jane Bowles, Dos damas muy serias (1981), Grace Paley, Batallas de amor (1981), Patricia Highsmith, A pleno sol (1981), Mohammed Mrabet y Paul Bowles, Amor por un puñado de pelos (1982), John Kennedy Toole, La conjura de los necios (1982), Gesualdo Bufalino, Perorata del apestado (1983), Salvatore Satta, El día del juicio (1983), Andrzej Kusniewicz, El rey de las Dos Sicilias (1983), Ivy Compton-Burnett, Criados y doncellas (1983), Thomas Bernhard, El origen (1984), Tom Wolfe, Elegidos para la gloria (1984), Robert Penn Warren, Todos los hombres del rey (1984), Sam Shepard, Crónicas de motel (1985), Evelyn Waugh, ¡Noticia bomba! (1985), Barbara Pym, Mujeres excelentes (1985), Julian Barnes, El loro de Flaubert (1986), Witold Gombrowicz, Transatlántico (1986), Colette, Claudine en la escuela (1986), Vladimir Nabokov, Lolita (1986), Raymond Carver, Catedral (1986), Bret Easton Ellis, Menos que cero (1986), Albert Cohen, Bella del Señor (1987), Raymond Carver, De qué hablamos cuando hablamos de amor (1987), Norman Mailer, La Canción del Verdugo (1987), Djuna Barnes, Perfiles (1987), Truman Capote, Desayuno en Tiffany’s (1987), Truman Capote, A sangre fría (1987), Borís Pilniak, Caoba (1988), Gregor von Rezzori, Memorias de un antisemita (1988), Yasushi Inoué, La escopeta de caza (1988), Martin Amis, Dinero (1988), Georges Perec, La vida instrucciones de uso (1988), Marcel Proust, Albertine desaparecida (1988), Donald Barthelme, Paraíso (1988), Nanni Balestrini, Los invisibles (1988), Claudio Magris, El Danubio (1988), Tom Wolfe, La hoguera de las vanidades (1988), Hubert Selby Jr., Última salida para Brooklyn (1988), Kurt Vonnegut, Barbazul (1988), Harold Brodkey, Primer amor y otros pesares (1989), Kenzaburo Oé, Una cuestión personal (1989), Roberto Calasso, La ruina de Kasch (1989), y J. R. Ackerley, Vales tu peso en oro (1989).
En cuanto a Narrativas hispánicas esta sería mi selección: Álvaro Pombo, El héroe de las mansardas de Mansard (1983), Sergio Pitol, Vals de Mefisto (1984), Luis Goytisolo, Estela del fuego que se aleja (1984), Javier Tomeo, Amado monstruo (1985), Adelaida García Morales, El Sur & Bene (1985), Félix de Azúa, Historia de un idiota contada por él mismo (1986), Alejandro Rossi, El cielo de Sotero (1987), Soledad Puértolas, Todos mienten (1988), J. M. Castellet, Los escenarios de la memoria (1988), Vicente Molina Foix, La Quincena Soviética (1988), Rafael Chirbes, Mimoun (1988), Javier Marías, Todas las almas (1989) y Vicente Verdú, Héroes y vecinos (1989).
—El escritor Javier Marías se negó a que se consultara su correspondencia. Su relación con él terminó mal. Imagino que crear un catálogo con tantos nombres conlleva a veces escribir con renglones torcidos.
He dicho en ocasiones que es una lástima que Marías no quiera publicar su correspondencia conmigo. A mí me encantaría, pero a él parece que no. Sería muy interesante, en especial para los lectores de Marías. Recuerdo una apasionante correspondencia entre el escritor Thomas Bernhard y Siegfried Unseld, su editor en Suhrkamp, que tuvo también un final pésimo.
—Poner en pie un catálogo tan ingente como el suyo solo es posible si un editor está atento a todo cuanto se escribe fuera. En el libro, Gracia recuerda sus publicaciones de cabecera, entre las que figura Publishers Weekly. Pero un editor se define más por lo que no edita que por aquello que finalmente edita. En el libro también hay muchas negativas. ¿Se arrepiente de algunas?
La verdad, no recuerdo que hayamos rechazado ningún buen autor, aunque esto es subjetivo, claro.
—Las librerías, las casas donde Anagrama se hizo fuerte para el gran público, han sido siempre uno de sus refugios predilectos. ¿Cómo creen que han cambiado, cómo han madurado desde finales de los años sesenta, cuando acogían sus primeros títulos, hasta nuestros días? ¿Qué valor siguen teniendo las librerías hoy día, frente a los nuevos modelos de distribución, las grandes cadenas o los nuevos hábitos y formatos de lectura?
Un editor es un “peatón de librerías” según afirmó un sabio editor, el francés Jean-Claude Zylberstein. Y yo me he pateado muchísimas librerías empezando por las de Barcelona, siguiendo por las de España y las del resto del mundo. Siempre he considerado prioritario visitar las mejores librerías, y esta prioridad tiene que ver, en parte, con mi decisión, hace unos pocos años, de dejar Anagrama en manos de mi amigo Carlo Feltrinelli de cuya madre, Inge, fui tan amigo durante décadas. Carlo, de forma muy inteligente, no ha interferido en la programación de Anagrama: lo que funciona no se toca.
Volviendo a las librerías, los cambios han sido numerosos en los últimos años con la aparición de muchas pequeñas librerías con libreros al frente que viven intensamente su oficio y que, en estos momentos de pandemia, parece que resisten mucho mejor las crisis que los grandes tinglados. Naturalmente, la obligación de un editor es intentar que sus libros estén presentes en el mayor número de librerías posibles, aunque estas que acabo de mencionar las considero mis cómplices.
—Editor Herralde, dígame: ¿Cómo se escribe el final de un libro? Con un homenaje al gran editor Giulio Einaudi y su famosa distinción entre edición “sí” y edición “no”. Giulio Einaudi fue un editor con un leitmotiv: lo que él denominó la edición “sí”, es decir la que investiga, se arriesga, busca la parte oculta, lo prohibido, desvela los intereses profundos. Enfrente, la edición “no”, a favor de lo obvio, del mercado, del caballo ganador, sin más preocupaciones que la cuenta de resultados. Y con la edición “sí”, la creación de un público nuevo, un “lector Einaudi”, que se fiaba de cada libro de la editorial. Unos libros que, sin abdicar del rigor, proporcionasen el placer de la lectura, ni defensivamente herméticos, ni descortésmente escritos. Unos libros, asimismo, presentados con un cuidadosísimo sentido de la forma, un trato artesanal en una producción masiva: la voluntad de resolver esta paradoja, libro a libro, año tras año. Y todo ello conformando un conocimiento vivo, una red crítica del saber: así lo demuestra el inapelable catálogo de la editorial. Giulio Einaudi invitaba a los lectores a estudiar el catálogo para que descubrieran por sí mismos en qué había desembocado concretamente su proyecto editorial. Naturalmente, sí a la edición “sí”.