Elegancia, cultura y discreción. Tal vez sean esos tres los atributos principales de Joan Tarrida, director editorial de Galaxia Gutenberg, que el año pasado cumplió sesenta años. Elegante en el vestuario, los gestos y los gustos literarios. Culto y europeo, pero no elitista, es una persona completamente bilingüe en su vida cotidiana, que publica libros tanto en castellano como en catalán y habla con fluidez francés e inglés. Es discreto y totalmente consciente de que el protagonismo, en un sello, no debe recaer en el editor, sino en el catálogo. Y el suyo es irrefutable.
Mis libros son, me temo, los menos indiscutibles de los que ha editado Joan, a quien conocí hace siete años a través de Juan Goytisolo. Yo estaba a punto de cumplir cuarenta: no es mala edad para conocer, finalmente, al editor que llevabas tanto tiempo buscando. Como me ha ocurrido en entrevistas anteriores con otros grandes profesionales iberoamericanos, que son también amigos, el encuentro —mientras degustamos un steak tartar en la terraza de un hotel del Eixample de Barcelona, a tiro de piedra de la sede de la editorial— me servirá para descubrir una buena parte de su biografía. ¿Por qué nos pasamos la vida hablando sobre todo de lo que menos importa?
—¿Cuál es tu primer recuerdo como lector?
—Un libro que me regalaron a los cuatro años. Parece que de niño leía mucho, sobre todo los anuncios y todo aquello que me cruzaba por la calle, de modo que mi maestra me regaló un libro infantil, que todavía conservo. Un pop-up de aquella época.
—¿Dónde estaba esa escuela?
—Era una escuela de barrio, vivíamos en Cornellà, donde mi padre trabajaba en la Siemens. Se llamaba Nuestra Señora de Montserrat, allí hice la primaria. Después fui al Tecla Sala de Hospitalet, un colegio privado, donde hice la secundaria y tuve un profesor muy importante, que nos hizo leer a Camus, Sartre o Kafka. Allí hice el click, creo.
—¿Qué otros autores y libros recuerdas de tus primeros años como lector?
—En casa no teníamos muchos libros, pero en casa de mi abuelo estaban, entre otros, los de Josep Pla y Folch i Torres, que me descubrieron la literatura en catalán. En aquella época, eran muy importantes, aunque ahora nos parezca mentira, los libros que regalaban los bancos. Recuerdo la edición, por ejemplo, de Archipiélago Gulag, de Aleksandr Solzhenitsyn, o de Auto de fe, de Elias Canetti. Imagina el nivel que tenían las líneas editoriales de los bancos y las cajas en los años 70.
—¿En qué momento crees que se deshizo esa alianza entre la economía y la divulgación de la lectura de alta calidad?
—Tal vez en aquel momento la cultura fuera una cuestión de élites que, en realidad, querían ampliar su espacio de actividad y de influencia. Cuando se impuso el mercado, vender por encima de todo, ese pacto se rompió. Es decir, tiene que ver con el fin del franquismo y la consolidación de la democracia. Lo mismo pasaba en los países del Este, se leía muchísimo durante la dictadura. Recuerdo ver ediciones de la Divina Comedia o de Faulkner con tiradas de 150.000 ejemplares. Todo el mundo los compraba, porque no sabías cuándo el Partido Comunista autorizaría una nueva edición. En cambio, ahora, en la economía de mercado, cuesta vender unos pocos miles de clásicos antiguos o modernos, porque no existe esa urgencia.
—¿Cuándo comienza tu interés por los países eslavos?
—A mediados de los 80, cuando conocí a mi pareja, la escritora Monika Zgustova, que es checa, y empecé a acompañarla en sus viajes.
—¿Cómo os conocisteis?
—Le encargué una traducción. Yo, entonces, trabajaba en Llibres del Mall, que publicaba sobre todo poesía. Sabía que ella traducía, me la había cruzado en alguna ocasión, y cuando en el 84 ganó el Nobel de Literatura el poeta checoslovaco Jaroslav Seifert, se me ocurrió que podríamos ser sus editores en catalán. Trabajamos muy intensamente en esa traducción y pasó, bueno, lo que tenía que pasar.
—¿Cómo entraste en el mundo editorial?
—Por pura casualidad. Yo tenía 18 años y estaba buscando un trabajo de media jornada, por las mañanas, porque estudiaba filología románica y mis padres no podían con todos mis gastos. Y un día me encontré con un amigo que repartía libros con su furgoneta. Se fue a hacer la mili y me dejó la furgoneta, pero sólo la conduje la primera semana, enseguida pasé a la redacción de Llibres del Mall. Mis primeras correcciones y maquetaciones fueron de libros como Bruixa de dol, de Maria Mercè Marçal, o Estimada Marta, de Miquel Martí i Pol.
—Títulos emblemáticos de la literatura catalana. El catálogo de Galaxia Gutenberg incluye, sobre todo, a autores europeos. Hemos mencionado a Kafka y a Canetti, cuyas obras completas has editado tú. ¿Qué lenguas extranjeras aprendiste de joven?
—Estudié francés en el colegio, era lo normal en la época. Y asistí a clases de inglés en el Instituto Norteamericano de Barcelona. Una fecha importante, para eso que preguntas, fue 1989, cuando me dieron una beca del Ministerio de Cultura para irme a París a traducir Jacques el Fatalista, de Diderot. Seguí con el teatro de Ionesco y con las cartas filosóficas de Voltaire. Vivir en París con Monika fue una experiencia importante. Siempre he sentido más cercana la cultura francesa, italiana y centroeuropea que la anglosajona…
—Volviste de París y…
—Me ofrecieron dirigir las publicaciones de los Juegos Olímpicos. En aquel momento el Comité era muy pequeño. El departamento se llamaba de publicaciones, pero en realidad generaba todo el papel impreso vinculado con las Olimpiadas. Como no existían ni internet ni los teléfonos inteligentes, toda la información circulaba impresa: los resultados de las competiciones generaban libros diarios, que se repartían de madrugada a los periodistas, también había que editar todos los reglamentos, los listines telefónicos de los juegos, los horarios del transporte, todos los tickets del comedor, además de lo más vistoso, los programas de las ceremonias de inauguración o clausura. Para alguien de treinta años, como era yo entonces, fue una experiencia brutal, porque me permitió colaborar con los grandes grupos editoriales y mediáticos del mundo.
—¿Y después de 1992?
—El grupo Bertelsmann me había propuesta entrar como director de grandes obras de Plaza y Janés. Empecé con una historia de la música clásica y de patrimonio de la humanidad…
—¿Habías estudiado música?
—Sí, solfeo y flauta travesera, pero lo dejé por los libros.
—¿Cuándo comienza tu relación con Círculo de Lectores?
—Siete años más tarde, cuando entro como director editorial. Entre 2005 y 2008 fui su director general, el responsable de todo lo que fueran libros. Galaxia Gutenberg había nacido a mediados de los 90, durante un tiempo fue parte de Random House Mondadori, y es cuando volvió a Círculo cuando yo asumí la dirección.
—Las obras completas fueron tal vez su sello distintivo.
—En efecto, ese proyecto estaba desde el principio. La idea era que nuestros mejores libros pudieran llegar a librerías, pudieran ser comprados por lectores que no eran socios. Y Hans Meinke defendió desde el principio una línea de libros exclusivos, como las obras completas de Borges o de Octavio Paz y los libros ilustrados por Arroyo.
—¿Cómo has vivido la reciente desaparición de Círculo de Lectores?
—Con mucha lástima. Era un proyecto fantástico. Llegó a vender más de diez millones de libros al año, gracias a esa estructura única, a la confianza que se ganó, para que a cinco mil agentes se les permitiera el acceso a la casa de la gente. Que ya no exista algo que formó parte del paisaje cultural de este país es una auténtica lástima.
—Vas muy a menudo a Madrid y publicas a autores tanto de la capital como de Barcelona. ¿Es importante que un editor español sea un viajero habitual del AVE?
—Es la clave. El auge de América Latina es imparable. Pero todavía, si sumamos las editoriales, los agentes, las agencias literarias o las imprentas de Madrid y Barcelona somos la capital de la edición de la lengua.
—A finales de 2011 compras Galaxia Gutenberg.
—Sí, Bertelsmann vende el cincuenta por ciento al grupo Planeta, me doy cuenta de que la adquisición va a cambiar el espíritu del proyecto, la venta on-line lo está cambiando todo y yo propongo salir y comprar Galaxia.
—En Barcelona muchas de las editoriales están en manos de familias de la burguesía catalana…
—Es cierto. Y, por supuesto, no es mi caso: mis padres ni siquiera podían mantenerme durante la carrera. Pedimos un crédito que seguimos pagando. Tuve la suerte de que dos amigos confiaran en mí, se sumaron al proyecto como accionistas, aunque yo tengo la mayoría de las acciones.
—¿Cuál es tu balance de esta década para Galaxia Gutenberg?
—No sé si me corresponde a mí opinar. Pero yo estoy muy satisfecho de lo que hemos hecho. Me propuse desde 2011 integrar al catálogo nuevos autores españoles, porque cuando el sello formaba parte de Círculo no podía ser competencia de las editoriales que representábamos. Y lo he hecho.
—¿A quiénes destacarías?
—A todos.
—Algunos de tus títulos recientes han ganado premios importantes. Pienso en Antonio Soler, con Sur, o en Andrés Ibáñez, con Brilla, mar del Edén. ¿Qué aportan los premios a una editorial?
—Sobre todo dan confianza a los autores y refuerzan al sello ante los libreros y los medios de comunicación. No sé si son importantes para los lectores, pero sí lo son, y mucho, para el mundo del libro.
—Y Luis Mateo Díez ha ganado el último Premio Nacional de las Letras Españolas.
—A él lo publicamos desde antes de que Galaxia fuera independiente. Es de los pocos autores que consiguen tener dos editores muy fieles, el triángulo con Alfaguara lo llevamos perfectamente bien.
—El gran best-seller del sello es Vida o destino, de Vasili Grossman. ¿Cómo te convertiste en su editor en español?
—Un especialista en literatura rusa, Efim Etkind, se instaló en Barcelona y empezó a dar clases aquí. Le pedí un prólogo y, durante una comida en la Barceloneta con Monika, nos dijo que era el mejor libro escrito durante la existencia de la Unión Soviética. Lo leí en francés y me pareció extraordinario. No pasa muy a menudo, pero cuando pasa es maravilloso: tienes ganas de llegar pronto a casa para seguir leyendo. Seguí leyendo a Grossman en francés. Y cuando me hice cargo de la dirección de Galaxia, descubrí que no estaba traducido y, aunque fue difícil localizar a los herederos, conseguí publicarlo. Nunca imaginé que venderíamos 250.000 ejemplares.
—¿Es necesario un best-seller para que una editorial consiga subsistir?
—Es mejor contestar con ejemplos: ¿Qué hubiera sido de Anagrama sin La conjura de los necios? ¿O de Lumen sin El nombre de la rosa? ¿Y de Siruela sin El mundo de Sofía? El libro que explota arrastra al resto, no es imprescindible, pero sí es muy importante.
—La tendencia del mercado es que los grandes grupos compren a las pequeñas editoriales. ¿Resistirá Galaxia Gutenberg?
—De las de mi generación quedan Siruela, Impedimenta, Asteroide, Cabaret Voltaire, Acantilado… Creo que somos demasiado pequeñas como para cambiar la cuenta de resultados de los grandes grupos. Yo, por supuesto, no tengo ningún interés en vender la editorial.