La Ciudad de México luce brumosa, hay contingencia ambiental este fin de semana y la melancolía por la transparencia extraviada se siente a cada paso. Me dirijo a la Feria Internacional del Libro del Palacio de Minería (FIL Minería). Debo entrevistar a un editor, conseguir algunos libros y asistir a dos presentaciones. Algunos caminantes cruzan con prisa el eje central que separa la Alameda del Centro Histórico. Esta vez los transeúntes se dividen, algunos avanzan expectantes hasta donde se celebra la 44º edición de la FIL Minería, mientras que otros, con curiosidad, detienen la marcha para entrar al Palacio Postal y recorrer una iniciativa que surgió de una especie de resistencia contra las tarifas de una de las ferias del libro más representativas de México.
Por instinto, voy directa a Minería, paso de largo el encuentro editorial que sucede en El Palacio Postal organizado por el Servicio Postal Mexicano (Sepomex) y el Fondo de Cultura Económica (FCE) donde se anuncia un tendido de libros con 12 mil ejemplares, del 24 al 26 de febrero y del 3 al 5 de marzo, que coinciden con los dos fines de semana en los que sucede la FIL Minería.
Llego a la calle de Tacuba número 5, en el umbral donde me reciben las meteoritas que resguardan la entrada al Recinto Ferial, con ellas comparto la sensación de ser un cuerpo celeste que logró sobrevivir al cruce de la atmósfera. El público comienza a fluir por los pasillos, llaman mi atención varios espacios vacios, sin expositores. Es en ese momento en que los elevados costos de la renta de espacios en la FIL Minería tienen una verdadera repercusión en el ecosistema del libro, la bibliodiversidad pierde.
Más allá de la polémica generada por los 11.250 pesos por metro cuadrado (550 euros) que cobra la feria a sus expositores, Rubén García, jefe de prensa y difusión de la FIL Minería, resalta que «los precios y las ofertas que hace la feria del libro son públicas y aparecen a mediados de junio para todos los editores, ellos son los que deciden si les conviene venir o no».
Por su parte, el director general del Fondo de Cultura Económica (FCE) Paco Ignacio Taibo II aclara que «manifestarse contra las elevadas tarifas de la feria no es el único objetivo de haberse instalado en Tacuba, sino la suma a las acciones llevadas a cabo por el Gobierno de México para construir una #RepúblicaDeLectores». Frente a esto, me surgen algunas preguntas: ¿Qué pasó con los otros editores que no pudieron pagar por un estand? ¿No hubo opción de poner sus libros a la venta? ¿Qué hay que hacer para tener aparato del Estado detrás y ser parte de iniciativas espontáneas?, ¿Sin feria y sin tendido, cuál es la opción para editoriales autogestivas?
Este antagonismo generado desde el FCE hacía la organización de Mínería tiene multiples lecturas y cada una importantes repercusiones. Por un lado, la creación de un sistema de contrapeso frente a las tarifas de las ferias oficiales. Pero, por otro, habrá que analizar con cuidado que estos espacios alternativos también se encuentren al alcance de quienes esta vez no presentaron sus catálogos en la feria. Anular la existencia de los otros en el complejo entramado editorial postpandémico no es una buena señal.

El Palacio Postal también es un edificio hermoso y lleno de libros su esplendor resulta irresistible. Sin embargo, no dejo de pensar en que fortalecer la relaciones con aquellas editoriales que, por presupuesto, no asistieron habría sido un punto clave para la legitimidad de un espacio alterno de oferta editorial, echado a andar precisamente en las mismas fechas de esta longeva feria universitaria.
«Nuestro proyecto es de la Universidad Nacional Autónoma de México, está en función de difundir y promover la cultura del libro en el país. Creo que cualquier iniciativa ya sea de la feria, de la universidad o de cualquier otra institución pública o privada de fomentar la lectura es bienvenida, somos un país que necesita leer». añade García.
Después de dos años de no llevarse a cabo de manera presencial, una legión de lectores va apropiándose de este impresionante espacio construido sobre los restos de la Gran Tenochititlán. La entrada de visitantes es constante, pero aún se ve moderada en comparación con las más de 137.000 personas que recorrieron sus pasillos antes de la emergencia sanitaria por la Covid-19.