El día que conocí a Elizabeth Strout

Por Laura Riñón Sirera

Una mañana de agosto conocí a Elizabeth Strout. Inmortalicé nuestro encuentro en un diario del que hoy rescato las primeras palabras que escribí: «Hoy es domingo. He amanecido temprano para poner rumbo a Maine. Tenía una cita con Elizabeth Strout. Es tan puntual como imaginaba y más alta de lo que esperaba. Lo primero que he pensado nada más verla es que se parece mucho a Lucy Barton, la protagonista de algunas de sus novelas. “Si vienes, podríamos ir a dar un paseo por el río”, me escribió en un correo hace unos días. Y eso hemos hecho. A mitad de camino, nos hemos sentado en un banco de piedra y hemos clavado la mirada en la calma del agua. Es como si el silencio nos hubiera transportado a un lugar conocido porque de pronto hemos empezado a hablar de nuestros ayeres. Elizabeth ha soltado un gritito entusiasta cuando una casa flotante ha pasado por delante. Llevaba dos veranos sin verla, ha dicho, y ha maldecido en voz baja la pandemia […] Me ha dedicado los tres libros que llevaba conmigo y antes de despedirme le he pedido que me diera un consejo.

«Don’t stop», ha contestado».

Es la primera vez que cuento algo acerca de este encuentro, el resto de lo que escribí en las páginas de mi diario prefiero guardarlo para mí. No quiero que mi memoria termine reescribiendo los recuerdos a su antojo y que aquella mañana de agosto termine pareciendo más una leyenda que la realidad que viví en primera persona. Un «pudo haber sucedido» así como lo recuerdo, aunque lo recuerde diferente. 

Descubrí a Strout hace más de una década, gracias a su novela galardonada con el Pulitzer de ficción en el año 2008, Olive Kitteridge . Me enamoré de su escritura de inmediato, y caí rendida al embrujo de Olive, uno de los personajes más antipáticos y honestos de la literatura contemporánea. Después de esta novela empezaron a llegar a España sus anteriores obras, más o menos conocidas durante un tiempo, hasta que Me llamo Lucy Barton aterrizó en las librerías y empezó a conquistarnos a libreros y lectores. No solo tuvo un generoso recibimiento, sino que hoy sigue siendo su personaje más querido por el público, algo que Elizabeth ha celebrado construyendo un universo en torno a ella:  Todo es posible; Ay, William —finalista del Booker Prize del año 2022—; y la recién estrenada Lucy en el mar, cuya traducción al español ha visto la luz este mes de marzo bajo el sello de Alfaguara.

Strout publicó Amy e Isabelle, su primer libro, a los 42 años, y asegura que siempre escribe pensando en los lectores. Cuando rescata a los personajes de otras novelas para darles un minuto de gloria en las páginas de cada nuevo libro, lo hace porque sabe que tan pronto nos despedimos de una de sus obras ya estamos preguntándonos qué pasará después con las vidas que terminan en la ficción. Es innegable su habilidad innata para cruzar y conectar vidas y para escribir acerca de lo cotidiano con la curiosidad del que ve más allá de lo que observa. Pero es en la creación de los personajes donde el talento de la escritora norteamericana alcanza la excelencia. Strout asegura que puede escribir en cualquier lugar, incluso en el metro, y que lo único que necesita para concentrarse es que nadie demande su atención.

Cuando empecé a leer las primeras páginas de su última novela, Lucy en el mar, sentí una repentina decepción y un fugaz rechazo al descubrir que la autora había decidido escribir acerca de la vida de Lucy durante la pandemia. Como les ha sucedido a muchos lectores, me he negado a darle una oportunidad a casi todos los libros escritos sobre el tema, aunque asumo que esta sea una decisión equivocada. Solo alguien como Elizabeth Strout —solo alguien como Lucy Barton— podía no solo hacerme cambiar de idea sino regalarme el disfrute de leer una historia tan entrañable como dolorosa, y tan cercana a nuestra realidad que llegamos a formar parte de su ficción. En este nuevo capítulo de la vida de Lucy, vuelve a aparecer su exmarido, William, quien conduce hasta Nueva York para obligarla a abandonar su apartamento y marcharse con él a una cabaña en Maine. Allí pasan las largas semanas del confinamiento, pendientes de sus hijas y de los recuerdos que comparten no sin cierta nostalgia. Una historia que resulta tan desquiciante como lo fue el tiempo en el que transcurrieron la lentitud de nuestras semanas y en la que también se intuye quiénes serán las protagonistas de los próximos capítulos de la vida de Lucy Barton.

Dicen que los escritores anhelamos parecernos a aquellos que admiramos, que incluso los copiamos. Aunque Elizabeth Strout creció admirando a autores como Hemingway o Updike, ha logrado convertirse en una escritora que solo se parece a sí misma. Y sus novelas son lugares a los que muchos lectores deberíamos escapar de vez en cuando.

Imagino que aquella mañana de agosto, cuando me gritó «don’t stop» después de pedirle que me diera un consejo, lo hizo porque hubo alguien que le dijo esas dos mismas palabras tiempo atrás. Puede que Lucy Barton tenga algo que ver con ello. Con Strout es difícil saber cuánto de ficción hay en la realidad. ¿O era al revés?

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Laura Riñón Sirera es escritora y dueña de la librería Amapolas en Octubre. Su último libro es Cartas desde Massachusetts (Tintablanca).

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