Diario de Bogotá: Chimamanda y el mal de altura

Vuelvo a Bogotá 10 años después de aquella primera vez, pero con un objetivo muy distinto, cubrir mi primera FILBo. Tras un vuelo en el que iba repitiendo constantemente en mi cabeza «No te duermas, no te duermas», fui incapaz de no concederme una pequeña cabezada, algo que espero que puedan comprender habiéndome levantado a las siete de la mañana y aterrizando en El Dorado a las tres de la mañana españolas del día siguiente (hora española, acá en Bogotá serían las ocho de la tarde).

Mi primera alegría, como en todas las fiestas es el reencuentro con amigos y conocidos del mundo editorial, en este caso, tras aterrizar a la primera persona que me crucé en el aeropuerto fue a Ricardo, editor de Editorial CCS, con el que había trabajado anteriormente en la editorial. La alegría fue máxima, hacía tiempo que no nos veíamos, nos pusimos al día y, por supuesto aproveché para mandar recuerdos al equipo de la editorial salesiana. Allí, en el mismo aeropuerto se nos unió Juan Casamayor, de Páginas de Espuma, y juntos, en una van de la feria nos dirigimos al hotel.

Reconozco que Bogotá es una ciudad que me fascina, pero el primer día de feria acabó conmigo por los suelos, rendido. Amanecí temprano (maldita cabezada viajera), y me dispuse rápidamente a ir a desayunar. Ante mi un desayuno que haría las delicias de cualquier instagrammer que se precie, repleto de frutas de colores imposibles y sabores deliciosos, comida típica colombiana y un puesto de comida mexicana en honor al País Invitado de Honor.

Hay dos cosas que cualquier persona que desee viajar a la FILBo debe conocer, la primera de ellas es que Bogotá está a 2.625 metros de altitud, y es bastante común que, como me ha pasado a mi, esto pueda dejarle a uno baldado, con dolor de cabeza, al menos el primer día. Sí, mi primer día de Feria ha estado marcado por el mal de altura. La segunda es que en Bogotá no existen las estaciones, no hay verano ni invierno, o al menos como lo entendemos desde otras latitudes, pero en las 24 horas de un día puedes vivir las cuatro estaciones, y eso es lo que ha pasado hoy, hemos pasado de un calor abrasador a una lluvia torrencial y en cuestión de minutos hemos vuelto a necesitar crema solar para, llegada la noche necesitar un abrigo.

Si algo me ha sorprendido de la feria es la capacidad de movilizar a los bogotanos y bogotanas, ya al aterrizar en el aeropuerto de El Dorado, un grupo de jóvenes comentaban al ver el cartel de la FILBo que ya tenían plan para el fin de semana, pero al entrar en la Feria esa percepción se agudizó, centenas de grupos de escolares pasean por la Feria, todos con una visita programada apropiada a su edad, y disfrutando de una feria que es mucho más que libros y encuentros profesionales, que es un evento cultural y social en el que la música y, también, la gastronomía están presentes.

La segunda cosa que no esperaba, era un primer día de feria tan agitado. La presencia de la escritora nigeriana Chimamanda Ngozi Achidie fue un huracán que acaparó todas las miradas, de manera especial la de mujeres y afrodescendientes que hicieron larguísima fila para poder escucharla en el pabellón. Muchísimas personas se quedaron fuera y el acto se puedo seguir en la gran pantalla de la Carpa Cultural donde se agolparon centenares de personas. No obstante, y eso me sorprende aún más, es que el fenómeno Chimamanda se extendía hasta los periodistas que cubrimos la feria. En la sala de prensa no cabía un alfiler para la rueda de prensa de la escritora. Allí hicieron acto de presencia desde agencias internacionales a medios de todo tipo. Pero no solo eran periodistas con afán afirmativo, el fenómeno fan se palpaba entre los y las compañeras de profesión, algunos de los cuales esperaban aprovechar su posición de privilegio para tomarse una foto con ella, algo que, debido a los compromisos de la autora, y la buena gestión de la feria no fue posible, dándole el tiempo de disfrutar de Chimamanda a los lectores.

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