No hay un nuevo boom latinoamericano, pero sí hay letras jóvenes que comparten algunos rasgos más allá de la región no más transparente; se trata de escritores que bien podrían ser parte de una generación literaria, sin embargo, eso dejó de ser un hito para ellos.
La tradición literaria de América Latina es inagotable. Acaso inabarcable. El romanticismo evocado de los siglos XIX y XX sigue flotando en las tertulias, talleres y academias. Leer a los clásicos como proceso formativo nunca pasará de moda, sin embargo, en la era de la pandemia, las voces de escritores jóvenes latinoamericanos cobran mayor fuerza y corren entre las venas abiertas referenciadas por Galeano.
Quienes escriben el presente desde algún remoto lugar de esta América Latina ya no son hijos de la revolución ni huérfanos de los conflictos armados. Su contexto en el tiempo los pone más cerca de la revolución tecnológica que de las dictaduras militares. Pero no se entienda que en esta literatura ya no viven los fantasmas de la violencia que sigue azotando a sus países. Al contrario. Sigue presente y, naturalmente, se respira en la nueva narrativa latinoamericana. Novelas como Racimo, del chileno Diego Zúñiga (Random House, 2014), o Las tierras arrasadas, del mexicano Emiliano Monge (Random House, 2015) fotografían estos temas ya en el siglo XXI.
La juventud es relativa y no es sinónimo de novedad. Y al contrario. Para escritores mexicanos, guatemaltecos o nicaragüenses, las lecturas de Rulfo, Asturias o Rubén Darío pueden ser siempre nuevas y frescas, a diferencia de literatura escrita en estos días y que nunca será vigente.
Para escribir y ser leídos, estos escritores cuentan parte de su experiencia en el quehacer literario e intentan dilucidar una especie de mapa, que si bien no los hace parte de una generación, sí deja ver que su trabajo bien podría pertenecer a la expresión colectiva de otros escritores nacidos en la explosión del neoliberalismo latinoamericano. Esta literatura, pues, no es contenida por fronteras.
Casi como prólogo, el escritor mexicano Joel Flores (Zacatecas, 1984) lo dice así: “Propongo que leamos a la inversa de como nos han enseñado en la escuela. Leamos a nuestros contemporáneos como si fueran nuestros clásicos. Quizá así leeremos a los clásicos como si fueran nuestros contemporáneos”.
En su antología Sin mayoría de edad (Ediciones Punto de Partida, 2019), Flores reúne 21 cuentos sobre la infancia y la adolescencia, escritos por narradores nacidos entre 1983 y 1993 en México, Chile, Perú, Argentina, Nicaragua y España. La familia, los amigos, la escuela, la tierra, la música, el amor y el desamor son algunos tópicos hallados en los relatos breves de esta obra. No es que la literatura de los autores se reduzca a temas o temáticas, sino a signos y tal vez algunos contextos compartidos.
La cultura pop y la academia
Un tabú derribado por parte de esta nueva literatura latinoamericana es la estéril discusión entre referencias de culto vs referencias pop. Lo “raro” contra lo “comercial”. Encasillarse en lo literariamente correcto y no abrir el espectro hacia nuevas posibilidades. Josué Sánchez (México, 1989) escribe cuentos de box y siempre lo hace mediado por una pantalla. El cine como guiño y pretexto para desarrollar otras historias. Y lo mismo pasa con algún personaje que compra hamburguesas en un restaurante trasnacional de comida rápida.
Sánchez pertenece a una generación que dio el paso de investigar en las bibliotecas para luego hacerlo en YouTube. El acceso a la información en la palma de la mano. Sin embargo, su formación académica representó, también, el rigor de leer desde allá hasta acá. Con una licenciatura en Letras por la Universidad Veracruzana y una maestría en Literatura Hispanoamericana en el Colegio de San Luis, el joven autor tuvo las bases para escribir su primer libro, En el pabellón de las dieciséis cuerdas.
Este libro no ganó un concurso de Tierra Adentro –fondo editorial del gobierno mexicano–, pero recibió mención honorífica y fue publicado. Eso le permitió ser leído y ganar un par de becas. Acabada la maestría decidió dedicarse de lleno a escribir. Publicó un segundo libro, No se trata del hambre, y asumió su influencia o coincidencias con escritores como Mariana Enríquez, Donald Ray Pollock o Rodrigo Fresán, pues para él, “la literatura no está peleada con las referencias inmediatas a mi generación. Más bien creo que somos escritores a los que nos interesa lo mismo”.
Y a Josué Sánchez, como a muchos escritores contemporáneos suyos, le interesa escribir sobre rock, sobre música, sobre cine y también sobre comida, pero no como temas, sino como contextos o guiños para contar historias de violencia, de rabia, pobreza o miseria, ya sin el dejo romántico de “lo mexicano”.
“Y es que en esta época el lenguaje ya no nos define como escritores. Yo no vivo en el contexto de Rulfo, pero igual me interesa su obra por el tratamiento de los temas. A mí no me interesa ser un escritor más mexicano o menos mexicano. ¿Qué significa? A mí me interesan estos temas y estas referencias. Y me interesa hacerlo sin dar catecismo y sin la pretensión de caer bien. Es lo que me gusta y cómo me relaciono con esto”.
La sombra de Bolaño y dos rasgos recurrentes
Otra voz representativa de escritores latinoamericanos nacidos en los ochenta es la de Diego Zúñiga (Chile, 1987). Muy joven, a los 22 años, tuvo la oportunidad de publicar su primer libro en un sello editorial independiente. Tres años más tarde, esa obra, Camanchaca, fue publicada por Random House.
“Yo tuve la fortuna de que mi primer libro haya encontrado lectores muy generosos. El boca a boca fue clave para que me leyeran en mi país y muy pronto también fuera de él. En mi caso, la posibilidad de publicar con una editorial autogestionada me dejó ver que, en Chile, este fenómeno estaba tomando mucha fuerza, al grado de que hoy hay muchas más opciones para que los nuevos escritores tengan un espacio que les permita ser leídos. Las editoriales independientes aquí, igual que en Argentina, han ganado una relevancia notoria en los últimos diez años y eso, sin duda, es muy importante para conocer nuevas voces”, señala.
Y es que en 2009, recuerda Zúñiga, se llevó a cabo la primera edición de “La Furia del Libro”, un festival de literatura organizado por apenas 15 editoriales independientes chilenas. Once años después, en el año de la pandemia, este evento ya congrega a más de 130 sellos autogestionados y ya no solamente provenientes de Chile.
“Esto nos deja ver cómo ha cambiado el panorama editorial para los escritores chilenos en la última década. Por supuesto esto también pasa en México, Argentina y de a poco en Uruguay, sin embargo creo que mucho de este auge en Chile también obedece a la enorme influencia de Roberto Bolaño sobre estas nuevas generaciones que hoy tienen más reflectores y posibilidades, al menos en mi país”, agrega Diego.
Muchas de estas nuevas voces, de acuerdo con las consideraciones del escritor chileno, comparten dos peculiaridades cada vez más presentes en sus obras: muchos rasgos autobiográficos y la pertenencia a una generación que vive las consecuencias del neoliberalismo en toda América Latina. La globalización, el libre mercado, la revolución digital.
Aunque esta generación no inventó el término “autoficción”, sí es notable la tendencia para que los nuevos escritores se vuelquen a trabajar textos autobiográficos y, por otro lado, por ejemplo en Chile, estos autores nacieron alrededor del “No” que derrocó a Pinochet y crecieron bajo esas promesas económicas y políticas que no resolvieron los problemas de fondo: la pobreza, la precariedad laboral, la marginación y las enormes brechas de educación.
“De eso también se escribe en nuestros días. Y no sólo eso, sino que lo escriben quienes compartimos ese mismo contexto más allá de nuestras fronteras. Y aquí, otra vez, el valioso papel de los sellos independientes en busca de nuevas voces. La historia moderna de nuestro país también nos enseñó a movernos desde abajo”.
Concursos, ¿única alternativa para los jóvenes?
La sombra de Rubén Darío en la literatura nicaragüense sigue vigente. Hacer poesía en Nicaragua, acaso, debe ser el primer paso para los escritores en el último siglo. Y así lo fue para José Adiak (Nicaragua, 1987), quien tras haber escrito algunos poemas, cuenta que muy rápido descubrió que no eran buenos, además de que lo que él quería hacer estaba del lado de la narrativa.
Con esta idea ya más clara, descubrió con sus amigos que el mundo editorial en Nicaragua era más bien limitado, tanto en la edición como en la distribución. No había muchas opciones y las que había eran aún menos accesibles para esos jóvenes apenas con sus manuscritos iniciales. Hasta que dieron con el Instituto Nicaragüense de Cultura, organismo que gestionó esas primeras publicaciones.
Sin embargo, el siguiente paso fue más contundente. Adiak concursó con una novela, El sótano del ángel, y ganó un premio nacional que contemplaba la publicación. Aquí hubo una suerte de casualidades que llevaron ese libro a muchas universidades para su estudio. La obra fue comprada, leída y analizada por los estudiantes en 2010. Este fenómeno hizo que el escritor también firmara con un agente literario.
Pero más allá de la semblanza, Adiak Montoya reflexiona sobre las pocas oportunidades que hay para publicar en Centroamérica, principalmente para escritores jóvenes, a no ser por los también escasos premios literarios en cada nación. Por otro lado, sin embargo, en la actualidad el internet favorece la difusión y la lectura de voces emergentes.
“Los concursos sin duda son una gran opción para escritores jóvenes y con pocas opciones editoriales. Un jurado profesional legitima tu obra y después ésta se publica. Desde mi experiencia puedo decir que después de esto, contar con un agente literario es fundamental para seguir construyendo una carrera como escritor”.
Otra de las diferencias que Adiak observa en el mundo actual con el de hace 15 años es la reivindicación de las editoriales independientes, pues contrario a lo que se pudiera pensar, ser publicado por grandes grupos editoriales no es la única opción para ser leído o traducido: “hoy son más las editoriales independientes con catálogos excepcionales y hasta de culto, pues un diferenciador es que saben y tratan al libro como un producto de consumo que debe ser cuidado de principio a fin”.
Y sobre los temas que unifican la literatura latinoamericana moderna, el escritor nicaragüense considera que se trata de una generación que también se pregunta si todos esos hechos bélicos valieron la pena, si es verdad el discurso neoliberal de hace veinte o treinta años. “Nosotros fuimos esos niños a los que nuestros padres querían heredar un mundo mejor. ¿Lo es?, ¿valió la pena? Eso es algo que nuestros libros también abordan”.
La forma, el fondo y la experiencia
El caso de Leonardo Sabbatella (Argentina, 1986) también es muy particular. Sin amigos que quisieran escribir, sin contactos literarios, sin conocer el camino para publicar su primera obra, tuvo la suerte o fortuna de que un profesor leyera su manuscrito. Este primer lector sí tenía un amigo editor, quien publicó la primera edición de El modelo aéreo en Mardulce, en 2012.
Con el mismo sello argentino ha publicado dos obras más y sigue buscando lugares o territorios hacia donde transitar en términos literarios. Desde su experiencia como lector y escritor, identifica tres líneas preponderantes que van marcando la literatura de América Latina en nuestros días, aunque aclara que estas líneas no son limitantes, sino descriptivas.
La primera, considera, está relacionada con una literatura sin tema, en la que se escribe para identificar qué es escribir. Sus autores son inclasificables, porque su ejercicio es de una literatura más formal, con escrituras más abiertas, frases mejor logradas y construcción de un lenguaje propio. “Están buscando formas nuevas para tiempos nuevos”.
La segunda, por otro lado, está más relacionada con escritores que sí quieren abordar un tema, que sí les interesa rascar en un punto de la vida, para llevarlo a sus obras, para convertirlo en el hilo conductor. En este caso y si bien existen tantos temas, el gran tema de América Latina sigue siendo la violencia, incluso vista con lupa y abordada desde un sinfín de posibilidades.
La tercera línea, apunta Sabbatella, está orientada a los escritores que hablan desde la experiencia, en primera persona, casi en tiempo real. “Narrar sus vidas, sus contextos, sus regiones es, sin duda, un rasgo característico de buena parte de la literatura latinoamericana del sigo XXI”.
Y aunque ésta no es una cuarta línea, al escritor argentino le interesa más la literatura de los autores nómadas, que transitan entre las posibilidades narrativas y no permanecen estáticos, que bien pueden contar su experiencia desde la marginación como pueden crear una literatura “más lograda” a través de una historia de amor, vía Skype o Zoom, a propósito de la pandemia.
“Borrarse la palabra subdesarrollo de la frente”
A decir del escritor Javier Payeras (Guatemala, 1974), mucha literatura moderna latinoamericana está en constante lucha por borrarse una palabra que cree tener escrita en la frente: subdesarrollo. “Es una gran ambición de ser vistos, leídos y traducidos”. Si bien hay países como México, Argentina y Chile donde hay más oportunidades para ser escritor, el autor de Limbo (PWE, Número 2)considera que en América Latina hay zonas muy desiguales, unas más visibles que otras, pero en general sí podría haber un hilo conductor relacionado con lo marginal o, mejor dicho, con dejar de ser marginal.
Específicamente en Guatemala y en la mayoría de países de Centroamérica, agrega Payeras, la industria editorial apenas sobrevive. Pequeños y loables esfuerzos en esta materia mantienen a flote la posibilidad para que las nuevas plumas tengan voz, al grado de que publicar un libro suyo en su país implica que no se publique la obra de un escritor nuevo.
“Guatemala es un país que empeora mejor. Antes teníamos el romanticismo de la guerrilla y los conflictos armados. Luego nos llegó el neoliberalismo y se llevó ese dejo romántico de ser un escritor espiritual, con cierta aura mística de la posguerra. Y por eso pareciera que se quedó sin asidero la literatura centroamericana. Ya no hay un tema, sino varios: la violencia, el narcotráfico, la corrupción, y en esta medida el quehacer literario tiene que buscar su propio camino, con las herramientas disponibles, y romper sus propios paradigmas”.
Como intento para explicar esta idea, Javier Payeras se refiere a la literatura spameada: ya no basta con decir mestiza o criolla, pues el mundo en 2021 es mucho más grande y complejo, revuelto. Si bien para el autor la capital guatemalteca podría también ser “la región más invisible”, en realidad se trata de la ciudad más grande de Centroamérica, con tecnología, urbanización y acceso al resto del mundo con un solo clic.
Sin embargo, tampoco se trata de personas o escritores indígenas, con raíces atadas a su país. Por eso la referencia de literatura spameada o interferida. “Tenemos una profunda crisis de identidad y eso también nos define. Nuestro lenguaje es igual de mestizo y así será en el futuro: migrante, interrumpido, intervenido: no somos europeos, pero tampoco venimos de una parafernalia indigenista. Somos una total disociación cultural”.
Las voces de estos escritores latinoamericanos ejemplifican buena parte de la nueva literatura en la región. Los temas, los contextos, las oportunidades y los motivos son acaso el hilo conductor de las decenas de jóvenes que ya no hacen un boom, pero sí alzan la mano para contar las historias y narrar los hechos que hoy germinan en América Latina.
Así pues, los discursos contestatarios, las historias de violencia, la añoranza de la infancia, los fantasmas de la pobreza y los ecos de la sangre son esos guiños que se hace la nueva literatura latinoamericana entre fronteras. Constituyen, pues, el lenguaje heredado por los escritores del boom y también de los que estuvieron antes, para crear, hoy, nuevas posibilidades narrativas.