Conversar con Cristina Rivera Garza impone. Esta autora de novelística singular y cuya escritura es una cruzada contra una realidad predecible o poco imaginativa, mantiene su escritura en un discurso coherente, de semántica alternativa y en una tentativa constante por eliminar las barreras entre lo racional y lo poético.
Cristina Rivera Garza (México, 1964) ha escrito numerosos ensayos sobre literatura, es poeta y ha ganado dos veces el Premio Internacional Sor Juana Inés de la Cruz (2001 y 2009) y recientemente ha sido distinguida como becaria MacArthur Fellowship 2020. Nació en la ciudad fronteriza de Matamoros, Tamaulipas, al norte de México, estudió en la Universidad Autónoma de México y años más tarde se doctoró en Historia Latinoamericana en la Universidad de Houston, que cuenta con una tradición en la promoción de la literatura y la investigación latinas en los Estados Unidos. En la actualidad, uno de sus programas más destacados es el doctorado en Escritura Creativa. El intercambio comienza con nuestras sensaciones acerca del aislamiento social.
¿Qué ha pasado en el mundo editorial y literario donde se desenvuelve durante la pandemia? ¿Ha notado cambios significativos?
Contesto esta pregunta como mera observadora de ese mundo editorial. Se nota sobre todo la cautela de las empresas y en contraste, acaso paradójicamente, el lugar privilegiado del libro —más específicamente de la escritura— en estos momentos. Hay tanta y tan buena oferta de talleres, impartidos además por autores y especialistas muy versados en sus temas, que me siento tentada a tomarlos todos al mismo tiempo.
¿Cuáles son sus obsesiones? ¿Con este confinamiento sucedió algo significativo en su forma de trabajar, se alteró su proceso de escritura?
Trabajar es mi obsesión. Creo que, malamente, todo lo quiero solucionar con trabajo. El confinamiento, acentuó esta tendencia. Trastocó los puntos de referencia. En cierto sentido es como el bilingüismo en funciones: si escribir en dos lenguas no te permite pensar en el lenguaje como algo inerte, lo mismo ocurre con el aislamiento: el espacio, el territorio que ocupa o no ocupa el cuerpo se vuelve problemático.
¿Cuáles son sus impresiones sobre el panorama literario latinoamericano antes y durante la pandemia? ¿Qué desafíos hay que enfrentar, cuáles se venían librando?
Nos encontrábamos en uno de los momentos de mayor visibilidad de las escrituras de las mujeres —y me refiero aquí a esas escrituras en plural— porque se trata de exploraciones variadísimas con registros muy distintos y en general fascinantes. Esta situación de emergencia sanitaria ha creado nuevos problemas, nos ha dejado ver viejos daños y anomalías. Ojalá que este momento de toma de conciencia nos ayude a preservar y aumentar lo ganado.
Cuéntenos su experiencia como maestra de tiempo completo en una universidad norteamericana ¿Por qué Houston?
Tenía una deuda con mi alma mater: el doctorado en historia que recibí en 1995, con la asesoría inteligentísima y generosa de John Hart, cambió mi vida. Houston es, además, la ciudad más diversa de los Estados Unidos (sí, más que NY y que LA). Y a la Universidad de Houston le interesó e invirtió en el proyecto de Escritura Creativa en Español que ahora dirijo. Al medio académico se le acusa, y a veces con razón, de verticalidad, cerrazón, falta de conexión con la comunidad. Los que critican a la universidad solo por eso dejan pasar al verdadero problema: esa serie de vericuetos burocráticos que se diseminan en numerosos comités y trámites sinfín.
¿Es la Universidad una especie de trinchera, de refugio o de entidad protectora para los autores hispanos?
Cada vez es menos común esa oposición ficticia entre la academia y la creación. Se ha creído por mucho tiempo, equivocadamente por lo demás, que la academia y su rigurosidad y anquilosamiento era un detrimento para la creación. Lo que ha quedado claro en las últimas décadas es que la academia, cuando es pensada y vivida estratégicamente, puede ser una trinchera desde la cual no solo se puede producir una vida escritural (a writing life) en español, en este país, sino también formas de activismo que requieren de alianzas con profesores, alumnos y la comunidad entera. Un ejemplo es el proyecto de la Biblioteca Fondren para ampliar su catálogo en español, donde se reconoce que es un componente de facto de la vida en EE UU. El español no es una lengua extranjera, vivo en el segundo país de habla hispana más grande del mundo, un programa de escritura creativa en español no solo tiene sentido, sino que también es urgente.
¿Cuál es el estado actual de la literatura en español en Estados Unidos?
A pesar de que el actual y oscuro periodo presidencial se inició con la desaparición del español en la página de la Casa Blanca, la literatura hispanoamericana está siendo escrita ahora desde los Estados Unidos, a veces en español, y a veces en inglés. Podría afirmar, que las más traducidas al inglés son mujeres. El fenómeno Valeria Luiselli es alentador. Y por ahí van muchísimas autoras: Samantha Schweblin. Las recientes finalistas para el Booker internacional: Fernanda Melchor y Gabriela Cabezón Cámara.
La literatura mexicana ha buscado nuevas formas de expresión y hay autores que han tomado riesgos. Sus libros son una muestra de libertad de estilo ¿Qué nuevas voces alcanzan a salirse de los cánones?
Por fortuna, hay una vitalidad inmensa en este sentido y en campos muy distintos. Menciono solo algunos casos de las generaciones más recientes: los libros de Raquel Castro, por ejemplo, las reescrituras de Ave Barrera. La poesía de Eva Castañeda, Yolanda Segura, Balám Rodrigo. La ficción especulativa de Gabriela Damián Miravete, Paulette Jongitud, Juana Adcock.
Cuando la leemos tenemos la sensación de que todo género es dúctil, que va de la poesía a la novela y de la ficción breve al ensayo. ¿Cómo es el proceso de escritura de Cristina Rivera Garza?
Me interesa tomar elementos asociados a un género o subgénero y ponerlos a funcionar en otro. Trabajo muy de cerca con mis materiales: la imaginación es una práctica encarnada. Observo, leo, viajo, entrevisto, camino, oigo, voy a archivos, veo el cielo, murmullo.
¿Ser fronteriza ha sido determinante para su escritura? Su mirada es desde México, pero siempre en contacto con “el otro lado” y el mundo.
Soy nieta de migrantes fronterizos que lograron establecerse a la vera del Río Bravo gracias a la producción de algodón, un experimento cardenista que exploro precisamente en Autobiografía del algodón. Desde entonces cruzo fronteras de todo tipo: geopolíticas, estéticas, geográficas, simbólicas. Ese ejercicio vital es parte estructural de mis prácticas de escritura. ¿Dónde está el límite de esto? me pregunto cuando empiezo a considerar un proyecto. Y de ahí todo consiste en buscar la manera de cruzarlo, es decir, de darle la vuelta. He escrito todos mis libros en español desde Estados Unidos.
En su experiencia ¿cuáles son las diferencias entre publicar en un gran grupo editorial y hacerlo en una editorial independiente, qué ventajas tiene y qué contras provoca?
La distribución de un gran grupo editorial es, sin duda, difícil de superar. Por otra parte, las independientes hacen lo suyo formando nuevos lectores, con frecuencia no normativos. En ambos casos hay que cuidar esa relación personal que surge de la lectura. He tenido relaciones muy profesionales y también muy cercanas humanamente hablando en ambas experiencias. Hay que apoyar a las independientes si queremos diversidad y riesgo, arrojo. Los bestsellers siguen siendo un misterio cuya lógica escapa incluso a las leyes del mercado. Decía César Aira que “el bestseller es el sueño cumplido”, mientras que las publicaciones de editoriales independientes buscan sorprender, desviar, provocar. Cualquier cosa menos ofrecer más de lo mismo.
¿Vive de lo que escribe, ha calculado los ejemplares que ha vendido a lo largo de su vida, sirve de algo?
Siempre aconsejo a los escritores en ciernes que se consigan un trabajo para asegurar la reproducción material de su vida ajeno a las ganancias que podrían producir o no sus libros. A mí me ha servido para no deberle nada a nadie y así experimentar de manera más o menos libre en cada nuevo proyecto. Mi vida cotidiana no depende de si un libro vende o no. “Trabajo para ganarse la vida”, como decía Rulfo. Mi trabajo en la universidad está muy relacionado con el trabajo de escritora: leo, reflexiono sobre prácticas de escritura, dialogo en el salón de clase y fuera con otros igualmente interesados en esos procesos. En todo caso, sí creo que abrir esa caja oscura que es la relación entre la economía y la escritura es importante en cualquier discusión literaria. Como decía Piglia, ahí está la verdadera historia material de la literatura.