La escritora Carmen Boullosa nació en Ciudad de México en 1954. En 1980 fundó el Taller Tres Sirenas, dedicado a la edición de libros artísticos en tiros limitados. Fue becaria de la John Simon Guggenheim Memorial Foundation, del Center for Scholars and Writers de la New York Public Library y profesora en diversas universidades estadounidenses. Entre sus libros destacan Antes (novela ganadora del Premio Xavier Villaurrutia 1989), El complot de los Románticos (2009), Texas (2013) y su más reciente novela, El libro de Eva, en la editorial madrileña Siruela. En su trayectoria literaria hay una marcada polisemia, que insiste en lo poético y en lo histórico.
Antes de la narrativa, siempre estuvo la poesía. César Vallejo se refiere a un poema como un artefacto destinado a producir emoción. Hay líneas de La memoria vacía, que se quedan grabadas: “Y nosotras, / hechas de un material que se resiste al cortejo del tiempo, / templadas en el silencio firme.” Háblenos de la creación poética, de ese fenómeno vital en el que comenzó su escritura.
Cuando yo creí que era escritora, porque a mis quince años no pensé “quiero ser escritora”, dije absurdamente: “yo soy escritora”. Entonces escribía pequeñas narraciones, tanteando, explorando, sin darme cuenta que me iniciaba en el aprendizaje de un oficio. Tuve la suerte de crecer cerca de una gran contadora de historias que era mi abuela materna. Era una experiencia fascinante escucharla. A mi mamá también le gustaba mucho contar y mi papá era un gran lector. Había muchos libros en la casa. Me di cuenta de que ese mundo al que yo quería pertenecer me exigía una exploración o una pregunta, no la certeza de una narración. El poema suspende el tiempo, usa la palabra y no la usa. Hay un culto a la palabra. Cuando esto sucede no la usa, la venera y la palabra toma otro lugar. Mi papá nos leía poesía en voz alta y nos pagaba a peso por verso si lo aprendíamos. Empecé por los que me llamaban la atención en gran medida porque no los entendía: Góngora, Vallejo, Huidobro. Entré al poema empujada por mi apetito de contar historias, que era lo que traía en las venas, en los huesos, en la memoria afectiva. Me acuerdo haber manuscrito un soneto de Góngora que pegué en la pared del baño para aprendérmelo. ¿Pero qué hacía Góngora conmigo? Góngora y yo nos dábamos un baño.
Contar historias y experimentar con géneros no es algo fácil. ¿Cómo fue encontrando su vocación y estilo?
Estaba en la poesía, pero digamos que era más del mundo del padre, que me era muy hostil. El universo materno, de las mujeres, que era un mundo que me abrazaba, que siempre me había abrazado, aunque fracturado por la muerte de la mamá. Me acuerdo que ya me sentía viejísima a los veintitrés y creí que nunca iba a poder escribir un poema porque no me salían y no entendía por qué no salían. Hasta que un día algo pasó, una revelación amorosa, me enamoré perdidamente, y ahí, de pronto, al perder el piso fue como un espacio de pérdida y recuperación de mi propia persona en el poema. Era un terremoto interior. De alguna manera, encontré mi propia vena, mi propio corazón, mi propia carne de poeta, y empecé a escribir poemas, a limpiarlos obsesivamente, con mayor consciencia del oficio. Pero llegué al poema por esa otra puerta dorada, la puerta de la narración. Y me encontré con esa mina de oro, con un yacimiento caprichoso e inestable como son las minas. Requiere mucha disciplina para comenzar a escarbarlas.
La lectura, más que un hábito, es una forma de vida. Su amor por los libros trasciende. ¿Cómo se inició?
Fui lectora desde muy chiquita y me gustaban mucho los libros. Recuerdo decirle a mi papá “quiero que me compres un libro” y mi padre contestaba “¡hasta que te acabes los de mi biblioteca!”, “¡No! Yo quiero los que yo quiero.” No sabía bien ni qué quería, pero él entendió. Empecé a cambiar libros con una amiga queridísima de toda la vida, leíamos a las Brontë, Víctor Hugo y era emocionate todo aquello.
Confiésenos una travesura. ¿Qué hay de cierto en eso de que seguía los pasos de Juan Rulfo y Octavio Paz al sur de Ciudad de México?
A Octavio Paz lo íbamos a espiar en el Sanborns de San Ángel, para ver qué revistas hojeaba. También observaba a Juan Rulfo en la librería que me quedaba a la vuelta de la casa, El ágora que estaba en Insurgentes. Veía qué libros tomaba o compraba e iba por ellos, buscando con fruición la página que había estado viendo. Nos quedaban esos monstruos maravillosos.
Federico Campbell es una presencia importante, cuéntenos de esta relación.
Federico Campbell apareció en mi vida, cortesía de Coral Bracho y de Marcelo Uribe. Entonces tenía una colección que se llamaba La máquina de escribir, donde publicamos por primera vez a Bárbara Jacobs, Juan Villoro, Antonio del Toro, Fabio Morábito, poetas y narradores importantes de mi generación por una iniciativa de una prensa independiente. Eran plaquettes amarillentos, todos con la misma portada, el título y el autor. Nos encargábamos de la distribución, enviábamos los libros a una lista que él nos daba. No me pidió ni un peso para la edición, lo único que me pidió es que me encargara del correo, que entonces era muy barato, mandé el libro a todo el mundo y poco después empezaron a salir reseñas muy elogiosas. Fue un gran regalo de Federico Campbell. Y ahí, sin darme cuenta, estaba en el mundo editorial. Ya publicaba con mi maestro Huberto Batis, editor del suplemento literario del Unomásuno, que entonces era el llamado Sábado, era el suplemento que leíamos todos. Publicó una reseña de mi primer libro, incluso.
La respaldan casas editoriales de enorme tradición pero también le apuesta a las editoriales pequeñas o proyectos emergentes. ¿Cómo ha sido la experiencia de publicación por zonas geográficas?
Son experiencias totalmente diferentes, simplemente por país y por tradición, por lo que se considera que es el papel de un editor en Estados Unidos, en México, en España. Son tradiciones totalmente distintas. En realidad yo he publicado con quien quiera mi obra y con quien yo me sienta a gusto. Por azar conocí a Jacobo Siruela, por azar le di a leer un manuscrito, le gustó. Después Silvia Meucci era mi editora. Me quedé trabajando con Ofelia Grande que ha sido muy amorosa conmigo, muy respetuosa. Ha sido un trabajo personal. En México publiqué, digamos, primero estas prensas independientes, después a mi amigo José Ramón Enríquez le di mi primera novela. Quise que me publicara Joaquín Mortiz, y se tardaron en contestar, le di el libro a Era. Después tuve una oferta para irme a Alfaguara donde al mismo tiempo publicaban a Daniel Sada y a Bárbara Jacobs. He tenido experiencias maravillosas con editores por su relación con el texto o por su trato, tanto en editoriales pequeñas como en editoriales grandes. Aunque las corporaciones sean del tamaño de siete elefantes juntos que se balancean sobre la tela de una araña, en realidad lo que importa es la cercanía, el cuidado del proceso. En el caso de Estados Unidos fue diferente. No me fue bien en ventas bajo el sello Grove Press, esto fue un golpe y tuve la suerte de que poco después me buscara Will Evans que quería hacer una editorial, todavía no tenía Deep Vellum. Leí un pasaje de Texas, que estaba a punto de salir en español, y Will se me acercó y me dijo “yo quiero tu libro”. Tuve un instinto. Para ese momento ya habíamos recibido otra oferta. Ese libro ya lo tenía mi agente, Jennifer Lyons, y dijo “pero no tiene ninguna editorial, no tiene ningún libro”. Dije “yo voy a tomar este riesgo”, “are you sure?”, “sí”. El libro de Anna se publicó en Coffee House Press. Luego Will Evans reapareció, El libro de Eva saldrá con él. Hay literatura que cabe en cada tipo de casa. Para mí es un misterio que yo quepa todavía en lo grande que se ha vuelto Alfaguara; cuando recién entré, era donde estaban las grandes plumas latinoamericanas, y aunque yo escriba cosas muy extrañas también se me consideraban una pluma grande. Naturalmente era mi casa y me he sentido en casa siempre, y bueno, Ramón Córdoba era adorable, antes fue mi editora Marisol Schulz, luego Mayra González, ahora Fernanda Álvarez, editora del maravilloso Temporada de huracanes.
¿Qué diferente es la industria editorial de sus comienzos a la de ahora?
La literatura era un modo de ser, era un modo de vivir. Y tuve la suerte además de que entonces había ofertas generosas para los jóvenes escritores mexicanos. Antes de cumplir veintiún años, obtuve la beca Salvador Novo para jóvenes poetas, que era generosísima. Después la del Centro Mexicano de Escritores, que justo el año en que yo nací la había tenido Rulfo. Después tuve la beca del Inba/Fonapas y los pequeños trabajos que le iban saliendo a un autor joven. La economía era otra, el mundo era posible y era asible, uno participaba haciéndolo. Mi angustia era pensar que los jóvenes creen que deben empezar con una agente en una editorial grandísima con libros que sean un hit. No se trata de eso. Se trata de hacer grandes libros. De eso se trata.
Comparte casa y proyectos con Mike Wallace, historiador y premio Pulitzer, ¿trabajan juntos?
Sí y no. Me gusta muchísimo la historia. Bueno, me gusta tanto la historia que hasta me casé con un historiador. La pasión de Mike es Nueva York y decidió contar la historia total de este territorio. Es su decisión de vida. Los neoyorkinos creen que son el centro del mundo. Creen lo que creían los aztecas, que ellos son el ombligo del universo. En realidad nuestro proyecto común es nuestra vida en común y el arte más difícil en la vida, es la vida. Por obsesiones mías, con lo que pasaba en México por la violencia de la llamada, mal llamada, guerra contra las drogas y trataba de darle forma, algo de cordura, escribir algo y Mike empezó a llenar los huecos, y dijo: “es que no es historia de México, querida, es de los dos. Historia de México y Estados Unidos”. Y nos sentamos a trabajar en un proyecto juntos. Mike es absolutamente genial, un gran historiador, una cabeza increíble, ¡que suerte la mía! Pero Mike es mayormente monolingüe. No lee literatura en español. Sí va al mercado solo y habla en español, con mis amigos brinca al inglés porque no tiene todos sus poderes ahí. Tenemos la suerte de ser cosmopolitas, la cultura mexicana novohispana empezó al comprender que el mundo era ancho y ajeno. Estados Unidos es autófago, un país concentrado en él mismo. Es diverso y ha luchado por insertarse en igualdad. Otras voces como las afroamericanas o latinas, las otras lenguas tienen un espacio mucho muy pequeño, incluso en traducción, es un país que cree que es monolingüe aunque no lo es evidentemente. En Nueva York el treinta y dos por ciento de los neoyorquinos son hispanos y hablan español.
¿Qué retos cree que enfrenta la literatura en español ahora que va ganando espacio dentro de la vida académica?
Hace años di clases en City College y la inmensa mayoría de mis alumnos hablaban español perfectamente. Algunos pocos, solo el español doméstico, la mayoría eran totalmente hispanohablantes, hispano lectores. En Nueva York también ha crecido el lector en español, y es difícil medirlo por librerías, porque ahora está Amazon. Antes teníamos Lectorum que era una librería maravillosa en la avenida 14. Desde hace muchísimos años tengo mi programa de televisión que tiene la voluntad de visibilizar la contribución de los que hablamos español a la vida cultural de esta ciudad, que es inmensa. El programa es en español y pasa con subtítulos en inglés y nos han dado cinco New York Emmys, no está mal y esa su causa. Ahora, doy clases en el Honor’s College de la City University New York, y paradójicamente doy clase en inglés, no en español.
¿A qué autoras y autores contemporáneos en español hay que leer, qué nombres o títulos no debemos pasar por alto? Queremos espiarlos como lo hacía usted con Rulfo y Paz.
He tenido la suerte de leer a María Fernanda Ampuero, Agustina Bazterrica, Socorro Venegas, Ave Barrera, Gabriela Cabezón a muchas mujeres. Es una generación que tiene voces muy diferentes. Quisiera tener más tiempo para leer absolutamente todo lo que ellas van publicando. Porque me encanta la idea de que ahora haya una especie de boom internacional, pero este nuevo boom no es como aquel macho boom donde todos eran hombres y no dejaban a las mujeres que eran formidables novelistas, narradoras de su tiempo. No dejaron entrar ni a sus mujeres o mujeres de sus amigos, y ahora las que dan la vuelta al mundo, las que giran por todos lados ¡son autoras! ¿Qué más puedo hacer sino celebrarlo? Fui jovencita en los setenta. La segunda ola de feminismo en México estaba muy presente. Aquello fue maravilloso. Me marcó para siempre. Y veo esto como una cosecha extraordinaria.
En El Libro de Eva ella reclama una nueva versión de inicio de los tiempos. Es una especie de ficción fundacional desde el punto de vista femenino. No existe la tentación ni la desobediencia. La naturaleza se abre camino a través de Eva y de sus sensaciones. Fue un trabajo arduo escribir este libro, que son muchos en uno solo.
Son muchos libros en uno, como el Génesis son muchos libros en uno. Me dio curiosidad el tema de Eva. Forcé el mito, coloqué a Eva en el territorio de la novela y ahí cobró cuerpo, humanidad. La volví esta mujer que cuenta su propia historia, su lógica y son sus ojos sobre el Paraíso, fue como entrar a una pintura medieval un mundo de dos dimensiones, a un mundo de mayor dolor, donde no hay carne, donde no hay posibilidad de vida, y de ahí a la Tierra que a ella le parece fantástica e intensa. Es narrativa pero también tiene mucho de poesía, porque ese mundo donde vive Eva al principio es un mundo donde todavía no hay palabras. Ella va a hacer las palabras como si fuese una poeta. Esa fue la aventura. Me divertí mucho con muchos pasajes y es una novela sobre la envidia del clítoris. Yo no le pedí a Eva que fuera en contra de los carnívoros, sola, fue desplegando su propia historia con su voz y yo fui su amanuense. Eva, que es tan diferente de nuestra Coatlicue, de nuestras diosas, y tan distinta a las diosas griegas. Es cierto que los mitos griegos al final, como los tenemos conocidos, tienen una mirada, tienen el barniz misógino, pero es cierto que ellas son actrices de sus propias obras y digamos que en el Génesis original Eva no tiene sino un asomo de curiosidad, que en realidad se lo da la serpiente. Por ejemplo, Lilith se quedó sin papel, porque Eva quiere toda la cancha y el mito de Lilith es una manera de divorciar a Eva de la carne. Le regresé a Eva su poder, digamos. La dejé hablar.